Dicen los que saben que el pozole y el sexo se parecen porque
mientras más puerco, mejores son. Estará usted de acuerdo, lector fan de este refinadisimo
blog, en que hay más similitudes.
El apetito y la necesidad de comer son inevitables como respirar y como el impulso
sexual. No son actos consecuencia del raciocinio. En el sexo, no hay un
instinto reproductivo, hay un instinto sexual, ganas de coger pues. Derivado de
ello hay bebés, pero los pandas, los chimpancés y las solitarias no tienen crisis
emocionales por no tener descendencia. Los humanos sí, en algunas culturas donde
es muy importante. Es decir en todas. Algunos tienen más deseo, otros menos, cambia con la edad, se
asocia a objetos, a música, a lo divino,
a la comida…Es sobre todo cultura. En la comida es más o menos igual; la forma
de hacerla, los ingredientes, el simbolismo, van mucho más lejos de los
nutrientes que requiera usted, apetitosa lectora, suculento lector. La
gastronomía, es otra cosa. Hacer pozole no solo no es natural, sino tampoco
racional.
Todo esto viene a cuento porque en una reciente conversación un
entusiasta del herbivorismo new age insistía en que el veganismo es una forma
racional de comer (casi la única según su frenesí). Todo lo contrario. Es una
forma irracional, cultural, subjetiva y moral de comer. Como toda la comida.
Intentar comer racionalmente es el argumento más irracional para
comer. Intente usted comer racionalmente y
terminará rumeando una pasta de fibra soluble de algún camote brasileño,
mezclada con proteína espirulina y polvo de vitaminas sintéticas. Vamos que ni jaletina de limón como postre.
Olvídese de una carne a la tampiqueña.
Y es que si algo hemos perseguido en la historia de la humanidad
ha sido la carne y los dulces. Si uno ve
cuales son los deseos solicitados a genios, magos y hechiceros en todos los
cuentos medievales, se trata de comida, especialmente de pasteles y carne. En una de las versiones de Cenicienta, con una varita mágica hace aparecer un banquete y vino; en Le diable et le maréchal ferrat, la protagonista le pide a san Pedro que se le aparece, un pan, un salchichón y todo el vino que pueda beber. La Goule trata de una chica cuyo único deseo es poder comer carne.
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Un vegetariano que encontró el camino de la verdad. |
Carne en todas sus variedades no solo era un deseo sino una
realidad de los banquetes de señores feudales, en buena medida porque la
proteína ha sido de siempre la necesidad más apremiante de la alimentación
humana. Sidney Mintz cuenta que alguna vez le reprochó con ironía a su padre,
por demás virtuoso cocinero, su devoción al arenque. La respuesta en tono grave
y profundo fue, “no te burles del
arenque; si no hubiera habido arenque ya no habría judíos.” Proteína o
morir ha sido la disyuntiva histórica de la humanidad. Porque comida racional y
con una mínima huella de carbono tenían suficiente en la edad media; nabos con
hoja de nabo en agua de río y algo de pan sin levadura, con suerte, cerveza
para no morir de disentería. Los pasteles, con la crema batida, las frutas de
distintos tipos y sobretodo esa exoticidad de Oriente Medio llamada azúcar,
eran, lógicamente lo primero que usted, antojadizo lector ya hubiera pedido al
primer genio que saliera de su botella de whisky. Pero el azúcar no solo era apreciada
por su escasez, sino por su propiedades medicinales. En prácticamente todas las
recetas médicas de la edad media hasta el siglo XVII el azúcar, especialmente la
más refinada, la que hoy en día llamamos glass,
está presente. La asociación entre la
blancura, la pureza y la curación (comer algo puro nos hace puros, aún si usted
es un hincha rijoso de las chivas, el peñarol o el boca) parecía ser constante.
Porque hay comida sagrada, e impura. Si bien por aquello de
que la comida no le hace impuro, sino lo
que se piensa y dice (Mt. 15:11-21,) el occidente cristiano ha sido ligeramente
menos dado a las autolimitaciones alimentarías. Es un decir, claro; las
restricciones y apetencias culinarias por cuestiones morales son constantes,
desde el cerdo en los judíos, la cuaresma católica, hasta el azúcar entre los
cuáqueros y metodistas anti esclavistas norteamericanos (consumir azúcar era
propiciar la explotación de los africanos en la zafra). Silvestre Graham, un
pastor decimonónico de Nueva Jersey pasó rápidamente de promover la templanza y
la moderación (una constante en el protestantismo del s XVIII al inicio del XX)
a bañarse con agua fría, el ejercicio por la mañana y la comida vegetariana
para ganar el cielo en la tierra. Nike debería construirle un monumento. En
especial a Graham el azúcar y el harina refinada ya no le parecían símbolos de
pureza por su blancura, sino antinaturales y alejadas de los deseos de Dios. ¿Le
suena conocido? Así que pensando en un retorno al Edén natural sin enfermedades,
comenzó a hornear galletas y panes con harina sin cernir. La ruina en que se
encuentra su tablet, naturista lector, lectora, no es culpa de su acceso
frecuente a este fascinante blog, sino de las boronitas de las galletas de
avena que se está comiendo cortesía de don Graham, quien nunca logró llevar demasiados
adeptos a su templo ni a su casa hasta después de muerto, cuando cada fin de
semana ebullía de asistentes. Claro que la casa se vendió y se convirtió en un
bar, pero aún así, el lugar finalmente se llenó. Pese al poco entusiasmo
popular, alguien sí aprovechó las ideas
de Graham; fue John Harvey Kellog. Médico y ferviente adventista del séptimo
día, sacó de la quiebra el maltrecho sanatorio naturista de los adventistas en
Míchigan usando las mismas técnicas de Graham.
Sin embargo Kellog llegó a
la conclusión de que gran parte de los problemas de la humanidad se debían al
estreñimiento. Encontró una correlación a lo largo de la historia entre estreñimiento y problemas de
salud, políticos, militares, etc. Así que para que
el mundo retornara al paraíso había que estimular la peristaltis. De esta forma
el hombre que estaba en contra de la masturbación, que consideraba patológico
tener coitos más de una vez al mes, que recomendaba la ablación y la
circuncisión en casos de lujuria, se dio a la tarea de inventar y promover
lavativas, edemas, supositorios, laxantes, lubricantes de cacahuate y otras
maravillas que seguro alejaron del desenfreno a sus pacientes. Y por supuesto una
dieta a base de cereales. En 1877 puso a consideración del respetable una
mezcla de cereales pre cocidos a la que llamó, Granola. Tiempo más tarde llegaron las hojuelas de maíz a las que llamó... Hojuelas de maíz. Y que se rumoraba
podían controlar el entusiasmo onanista de los adolescentes. Solo había que desayunarlas
a diario.
Así que evocar la racionalidad para sustentar una dieta
vegetariana solo tiene lógica si usted es un orejudo alienígena aficionado a
leer este famélico blog desde el Enterprise.
Solo piense en el queso relleno de Yucatán, que requiere importar
el lácteo de Holanda; en Filipinas se consume un huevo cocido de pato a cuyo
embrión se le ha permitido crecer un
poco. En Taiwán se elabora un tofu apestoso que se deja fermentar hasta el
límite de la putrefacción antes de convertirse en un delicatessen que bajará
los precios de la renta en su vecindario si se aficiona a él. En Nueva Orleans hay un
platillo que consiste en un pollo entero deshuesado y relleno de verduras.
Este, así enterito, se convierte en relleno de un pato deshuesado. Ambos, se
meten en un ganso deshuesado que finalmente se hornea y que debe entregar unas
rebanadas suculentas que bien podrían
servirse en una fiesta de boda de un menage
a troi. Y hablando de bodas el mole poblano es cualquier cosa menos un
alimento racional. Chiles ancho, guajillo, mulato, pasilla, canela, clavo, chocolate,
almendra…
Y si luego se usa para hacer un sacahuil, el tamal gigante para
funeral huasteco, un tamal casi sagrado. Tamales por cierto hay más de 700
variedades registradas solo en México. La fete de Babette es a cada momento de nuestras vidas, por fortuna.
No hay nada racional en pasar horas haciendo una salsa blanca de
champiñones y trufas para bañar una pechuga de un ganso criado por años y horneada
con especias, sin contar un vino de cuatro años.
Abstenerse de un alimento tampoco es racional, esa renuncia puede
ser consecuencia de un compromiso aparente, pero más que nada un compromiso con un nuevo yo,
más atractivo y puro que el anterior. Lo malo es que en algunos casos, también se
piensa que más puro que los demás a los que se debe guiar. No llegue hasta ahí,
por favor.
Si usted genera empatía con
sus vegetales, concéntrese en su rib eye. Qué bueno que ya es usted mejor
persona entrándole al bife, pero deje a su vegetariano favorito que se coma sus
verduras tranquilamente. Eso sí, cuide de no tener empatía con todo lo que
come. Chesterton En lo que está mal en el
mundo, narra cómo algunos londinenses vegetarianos entraron en crisis tras darse
cuenta que sus ensaladas podrían ser seres sintientes. Así que optaron por
comer solo sal. Y fueron felices por un tiempo, hasta que un geólogo mala leche
les mostró que los cristales de sal crecían. Al igual que tener sexo usando una
botarga de abejita, comer no es un acto racional, es cultural. Lo único
racional en el pozole, son los jueves de 2 x 1 en Potzollcalli.
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