Si usted, sensible lector,
lectora, lloró cuando separaron a Dumbo de su mamá y por eso no apoya a los
circos con animales, mejor no lea este blog.
Para empezar le
tengo una noticia buena y una mala. La mala, y agárrese, es que Dumbo no existió.
La buena es que si hubo un elefante en que se inspiraron Joe Grant y Dick
Huemer, guionistas de Dumbo; el elefante Jumbo.
Jumbo fue un elefantito
adquirido por el Zoológico de Londres en 1861. Con el tiempo su tamaño alcanzó
proporciones descomunales (Jumbo, el Zoo de Londres siempre ha tenido el mismo tamaño). Su cuidador fue Mathew
Scott, y la propia reina Victoria llegó a montarlo (a Jumbo, no a Scott)
hablando maravillas de su experiencia con él (de nuevo Jumbo). Scott y Jumbo no
solo compartían el gusto por las señoritas nobles victorianas, sino también por
otras aficiones británicas. Ambos degustaban una pinta de chela cada
noche antes de dormir, amén de algo de whisky en ocasiones especiales. Los dos mantuvieron una relación profunda y continua durante todo el tiempo que estuvieron
juntos. Las malas finanzas llevaron a que la Sociedad Zoológica de Londres cediera
a las pretensiones de compra de nada más y menos que Phineas Taylor Barnum, el
connotado cirquero norteamericano. El nacionalismo británico se desbordó, un símbolo
de Inglaterra no podía terminar en una feria por el vulgar medio oeste
norteamericano. Pero así fue, no sin antes que Jumbo ofreciera una férrea
resistencia. Durante semanas fue imposible sacarlo del zoológico. Cada vez que
se le intentaba transportar se tiraba al suelo y no había poder humano que lo
hiciera levantarse. Los periodistas se daban vuelo ensalzando el patriotismo de
Jumbo. El espectáculo duró semanas hasta Barnum notó que se trataba de una estratagema
de Scott. El elefante obedecía señales ocultas de su entrenador para echarse y así evitar que se lo llevaran para que se echara siguiendo señales ocultas para que no se lo llevaran y de paso dejar sin propinas, whisky y señoritas victorianas a su amo. Así que a Scott le ofrecieron contratarlo por una
enorme cantidad y seguir al lado de Jumbo o echarle encima a todos los abogados
londinenses que encontraran sobrios en ese momento.
El 10 de abril de 1882 Jumbo
debutó en un espectáculo de circo en Nueva York encabezando un desfile de 30
elefantes, incluyendo al elefante payaso llamado Tom Thumb, un elefante enano
que hacía de comparsa de los payasos y que, luego de Scott, se convirtió en el
amigo más cercano de Jumbo. El acto principal de Jumbo consistía en la
asombrosa habilidad de estarse parado con expresión de hueva y profundo aburrimiento
con sus más de tres y medio metros de
alto y sus siete toneladas, mientras sus compañeros elefantes hacían gracejadas
varias. Un día cerca de san Thomas en Ontario, Canadá, Jumbo y Tom Thumb eran
conducidos por un cuidador y por Scott rumbo a sus respectivos vagones de
ferrocarril. Jumbo y Scott dormían y bebían alcohol en el mismo carro de tren
diseñado especialmente para ellos. Antes de llegar a su convoy un tren
desbocado y frenando todo lo que podía, pitando a tronidos, embistió a los dos
elefantes. Scott trató de desviar a Jumbo quien asustado corrió en círculo
arrastrando unos metros a Scott antes de ser arrollado por el tren. Jumbo
sangró por el hocico y trompa, con fractura de cráneo y heridas internas. Murió
tomando con la trompa la mano de Scott quien se quedó hasta la mañana siguiente
asido a él y llorando. Tristemente hoy día la gente llora más a Dumbo que a Jumbo .
¿Por qué
quienes lloran por un elefante de dibujos animados no se conmueven con su Ascarislumbricoides, con quien indudablemente mantiene una relación más
estrecha?
En buena
medida porque Dumbo es más entrañable que su miserable gusano y que el propio
Jumbo, hospedero lector, lectora. Los propios cambios que ha sufrido Mickey Mouse desde que se dibujó por
vez primera, haciéndolo más ojón y cabezón, más como un adorable cachorrito,
buscan que sea más abrazable que las ratas de su edificio, condómino fan de
este blog. Stephen Jay Gould lo dejó claro, no hay peluches de
animales no lindos, como el Bathynomusgiganteus. Y si los hay, requieren adaptarlos al igual que a Mickey.
Las mismas personas que piensan que a los leones de los circos hay que
llevarlos a santuarios (de santidad), no tienen empacho en desparasitarse,
hervir sus almohadas para quitar los ácaros, eliminarse los piojos y ladillas,
o quitarles la comida a las cucarachas cuando limpian la cocina antes de
dormir.
¿Por qué Dumbo nos gusta más
que Jumbo? Como toda experiencia cruel y soñadora el cine tiene parte de verdad
y parte de ficción. El cine se convirtió en un prefacio de lo que la televisión
haría más tarde como incubadora intelectual de millones de personas que aprendieron
que los cirqueros son malos y Dumbo bueno. Disney se encargó de hacernos
olvidar cómo son los ratones, patos, gallos, pericos de verdad, y los elefantes
en particular. La tradición viene desde Esopo, pasando por los hermanos Grimm
hasta Disney. La idea ha sido siempre la de educar, moralizar, advertir y
francamente burlarse del vecino con cara de Pug. Los zorros son astutos, los
búhos sabios, los osos fieles aún cuando no son precisamente el ejemplo más
refinado de la lealtad erótica. Frans de Waal dice que esta es la forma más
ingenua de antropomorfizar a los animales. Hasta hace poco, cuando se crecía, o
se apagaba la hoguera o se encendían las luces del cine uno regresaba al
contacto con la naturaleza y sabía perfectamente que si un felino enseña los
caninos, no está sonriendo; los
koalas no son ositos tiernos como bien lo descubrió el periodista australiano Keneth
Kook quien a duras penas alcanzó a
sobrevivir de sus escarceos ambientalistas con un lindo ejemplar y así escribir El Koala asesino. Un oso panda (que ni siquiera es oso) no tendría el mínimo
empacho en abrirle las entrañas, antiespecista lector, y hacer sashimi con su
paquete intestinal si lo incomoda al degustar su vegana dieta de bamboo.
Sin embargo tras varias generaciones
criadas frente al televisor nos hemos olvidado cómo son (y cómo se relacionan) los animales reales y los hemos sustituido por los que imaginamos en nuestras pantallas; hoy día Dumbo es el elefante real. Y los elefantes
del circo son Dumbo, al que hay que salvar. Stephen Vichio de la Universidad de
Notre Dame le ha llamado Bambificación de la naturaleza. Dumbificación en este
caso.
El problema con los malditos
animales de verdad es que no se comportan como dice Disney, se la pasan por el
contrario arruinando todo y comiéndose unos a otros, cagándose, oliendo mal, cazándose
y devorándose. En un genial giño a esto
Carlos Saldanha en la película Rio 2, pone a un par de aves promotoras
de espectáculos al borde de la desesperación pidiéndole a varios animales
amazónicos que dejen de devorarse unos a otros porque arruinan el casting. En
el circo no ocurre esto precisamente porque se les doma.
Omita
usted, por un instante, ecologista lectora, lector, esa simpleza tan extendida
de que en los espectáculos con animales se disfruta el sufrimiento animal. De
ser así, como alguna vez lo comentó Savater, con ir al rastro municipal
bastaría. Por supuesto, domadores miserables los habrá, pero en general el
circo y la doma no tiene nada de inmoral o de maltrato, mas aún es la relación
espontanea del ser humano con la naturaleza. Enseñamos a un animal a obedecer y
hacer cabriolas eligiendo a los mejores de la manada, ato o jauría para ello. Con
límites, claro. La gracia de los erizos de mar para los malabares con globos
está francamente en tela de juicio. Un animal entrenado no hace lo que no
puede, al contrario expande sus posibilidades pero siempre dentro de lo que
puede hacer. Si lo duda intente amaestrar a varias serpientes de cascabel para que
hagan una fila agarradas de la cola. Póngase cruel y maltratador, como algunos piensan
falsamente que es la doma. Por más palazos que le dé a las serpientes dudo que
tenga avances en desarrollar sus habilidades circences. La realidad es que a los animales de doma se
les cría y se les cuida como Mathew Scott a Jumbo. El circo es lo sorprendente
de la doma. Es por tanto una de las refinaciones de la relación naturaleza - hombre.
Este
tipo de ideas donde los animales humanizados buenos y los humanos malos tiene
también un trasfondo profundamente religioso, místico y cercano al fascismo. Ejemplo
de ello es que la idea de la convivencia antropomórfica y zen entre seres
humanos y animales tiene más adeptos entre los fundamentalistas religiosos que
entre los creyentes estándar y los evolucionistas estándar de acuerdo con
Jamison y Lunch (1992). No en balde la publicidad de los Testigos de Jehová
muestra señoras, y leones, niños y oseznos tomando el té. Julian Huxley (con su
orientalismo occidentalizado) y Francisco de Asis se hermanan en este caso. Las ingentes horas frente a la tele y el New Age acabaron de infantilizar a buena parte de los ahora adultos.
Un ejemplo de este
infantilismo fascista místico criado frente a la tele es el propio Antonio
Franyuti, director o algo así de la franquicia mexicana de Anima Naturalis
y principal promotor de la nueva Ley contra los circos. En una entrevista con
René Franco dijo “No tengo que ir a cada circo para conocerlos, he visto
videos.(...) Mi trabajo es organbizar la campaña en la oficina.” Tal vez ha visto los mismos que PETA promueve eligiendo a unos
entrenadores miserables. Este bloguero, sensible a todas luces, también se
indigna con esos videos. La misma PETA que sacrifica miles de mascotas por año
pero que se escandalizó porque en un videojuego golpeaban a un Pokemón. Franyuty
indicó también que buscan prohibir la charrería, la tauromaquia y que la gente coma
carne. "Vamos en contra de los animales en toda actividad humana." ¿Quién le da
esa autoridad moral? –le preguntaron. –Nadie
me la da, dijo.
Escena captada por un activista de Natura animalis disfrazado de French poodle, y que desató la ira del Partido Verde. |
Así
que no son solo los circos. Mientras la Capital se cae a pedazos, la movilidad se
colapsa, los residuos se acumulan, los feminicidios se amontonan, el tráfico de personas hace su agosto, los indigentes proliferan, la falsificación de productos se expande, los robos en trasporte sobreabundan, los gastos se ocultan, el drenaje se fractura y la especulación inmobiliaria campea, la Asamblea Legislativa decidió hacer leyes sobre lo que usted debe ver o no. Sobre si su primer apellido debe ser el segundo. O qué nombres están prohibidos o no para sus hijos La búsqueda de notoriedad legislativa a través de trivialidades e intromisiones en la vida privada de los ciudadanos, cómo se divierten, qué comen, cómo sexúan sus relaciones, cómo forman su familia y hasta cómo se miran unos a otros ha sido la constante del desmadre legislativo en el Distrito Federal, del infantilismo parlamentario chilango.
No
estoy seguro de que sea el rol de un parlamento laico la prohibición de los
espectáculos que a ellos les molestan, ni indicarle a usted, liberto lector a cuáles
debe ir o no.
El
profundo aburrimiento legislativo de los verdes convirtió a los pollitos y
peceillos que venden en las kermeses de primaria, en delito. Igual con la foto
con los burritos de Chapultepec; los caballitos pony donde se paseaban los
niños. Y de paso mandó a todos esos animales al matadero, eso sí, en lo
oscurito (son muy sensibles para verlos morir). Y es que tras esta ley subyace una ignorancia supina de los animales, del
espectáculo con ellos, un desprecio a la cultura y una carga culpígena y
chabacana enorme. Son los nuevos protectores de la moral pública. La vida
descafeinada, aséptica y light del Cirque du Soley, su ejemplo de circo, no es
más que una continuidad del mundo Disney en el que viven los paquidérmicos legisladores
chilangos y sus amigos ratoncitos verdes activistas.