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Friday, June 20, 2014

Los animales sin circo

Si usted, sensible lector, lectora, lloró cuando separaron a Dumbo de su mamá y por eso no apoya a los circos con animales, mejor no lea este blog.

Para empezar le tengo una noticia buena y una mala. La mala, y agárrese, es que Dumbo no existió. La buena es que si hubo un elefante en que se inspiraron Joe Grant y Dick Huemer, guionistas de Dumbo; el elefante Jumbo.

Jumbo fue un elefantito adquirido por el Zoológico de Londres en 1861. Con el tiempo su tamaño alcanzó proporciones descomunales (Jumbo, el Zoo de Londres siempre ha tenido el mismo tamaño). Su cuidador fue Mathew Scott, y la propia reina Victoria llegó a montarlo (a Jumbo, no a Scott) hablando maravillas de su experiencia con él (de nuevo Jumbo). Scott y Jumbo no solo compartían el gusto por las señoritas nobles victorianas, sino también por otras aficiones británicas. Ambos degustaban una pinta de chela cada noche antes de dormir, amén de algo de whisky en ocasiones especiales. Los dos mantuvieron una relación profunda y continua durante todo el tiempo que estuvieron juntos. Las malas finanzas llevaron a que la Sociedad Zoológica de Londres cediera a las pretensiones de compra de nada más y menos que Phineas Taylor Barnum, el connotado cirquero norteamericano. El nacionalismo británico se desbordó, un símbolo de Inglaterra no podía terminar en una feria por el vulgar medio oeste norteamericano. Pero así fue, no sin antes que Jumbo ofreciera una férrea resistencia. Durante semanas fue imposible sacarlo del zoológico. Cada vez que se le intentaba transportar se tiraba al suelo y no había poder humano que lo hiciera levantarse. Los periodistas se daban vuelo ensalzando el patriotismo de Jumbo. El espectáculo duró semanas hasta Barnum notó que se trataba de una estratagema de Scott. El elefante obedecía señales ocultas de su entrenador para echarse y así evitar  que se lo llevaran para que se echara siguiendo señales ocultas para que no se lo llevaran y de paso dejar sin propinas, whisky y señoritas victorianas a su amo. Así que a Scott le ofrecieron contratarlo por una enorme cantidad y seguir al lado de Jumbo o echarle encima a todos los abogados londinenses que encontraran sobrios en ese momento.

El 10 de abril de 1882 Jumbo debutó en un espectáculo de circo en Nueva York encabezando un desfile de 30 elefantes, incluyendo al elefante payaso llamado Tom Thumb, un elefante enano que hacía de comparsa de los payasos y que, luego de Scott, se convirtió en el amigo más cercano de Jumbo. El acto principal de Jumbo consistía en la asombrosa habilidad de estarse parado con expresión de hueva y profundo aburrimiento con sus más de  tres y medio metros de alto y sus siete toneladas, mientras sus compañeros elefantes hacían gracejadas varias. Un día cerca de san Thomas en Ontario, Canadá, Jumbo y Tom Thumb eran conducidos por un cuidador y por Scott rumbo a sus respectivos vagones de ferrocarril. Jumbo y Scott dormían y bebían alcohol en el mismo carro de tren diseñado especialmente para ellos. Antes de llegar a su convoy un tren desbocado y frenando todo lo que podía, pitando a tronidos, embistió a los dos elefantes. Scott trató de desviar a Jumbo quien asustado corrió en círculo arrastrando unos metros a Scott antes de ser arrollado por el tren. Jumbo sangró por el hocico y trompa, con fractura de cráneo y heridas internas. Murió tomando con la trompa la mano de Scott quien se quedó hasta la mañana siguiente asido a él y llorando. Tristemente hoy día la gente llora más a Dumbo que a Jumbo .


¿Por qué quienes lloran por un elefante de dibujos animados no se conmueven con su Ascarislumbricoides, con quien indudablemente mantiene una relación más estrecha? 

En buena medida porque Dumbo es más entrañable que su miserable gusano y que el propio Jumbo, hospedero lector, lectora. Los propios cambios que ha sufrido Mickey Mouse desde que se dibujó por vez primera, haciéndolo más ojón y cabezón, más como un adorable cachorrito, buscan que sea más abrazable que las ratas de su edificio, condómino fan de este blog. Stephen Jay Gould lo dejó claro, no hay peluches de animales no lindos, como el Bathynomusgiganteus. Y si los hay, requieren adaptarlos al igual que a Mickey. Las mismas personas que piensan que a los leones de los circos hay que llevarlos a santuarios (de santidad), no tienen empacho en desparasitarse, hervir sus almohadas para quitar los ácaros, eliminarse los piojos y ladillas, o quitarles la comida a las cucarachas cuando limpian la cocina antes de dormir.


¿Por qué Dumbo nos gusta más que Jumbo? Como toda experiencia cruel y soñadora el cine tiene parte de verdad y parte de ficción. El cine se convirtió en un prefacio de lo que la televisión haría más tarde como incubadora intelectual de millones de personas que aprendieron que los cirqueros son malos y Dumbo bueno. Disney se encargó de hacernos olvidar cómo son los ratones, patos, gallos, pericos de verdad, y los elefantes en particular. La tradición viene desde Esopo, pasando por los hermanos Grimm hasta Disney. La idea ha sido siempre la de educar, moralizar, advertir y francamente burlarse del vecino con cara de Pug. Los zorros son astutos, los búhos sabios, los osos fieles aún cuando no son precisamente el ejemplo más refinado de la lealtad erótica. Frans de Waal dice que esta es la forma más ingenua de antropomorfizar a los animales. Hasta hace poco, cuando se crecía, o se apagaba la hoguera o se encendían las luces del cine uno regresaba al contacto con la naturaleza y sabía perfectamente que si un felino enseña los caninos, no está sonriendo; los koalas no son ositos tiernos como bien lo descubrió el periodista australiano Keneth  Kook quien a duras penas alcanzó a sobrevivir de sus escarceos ambientalistas con un lindo ejemplar y así escribir El Koala asesino. Un oso panda (que ni siquiera es oso) no tendría el mínimo empacho en abrirle las entrañas, antiespecista lector, y hacer sashimi con su paquete intestinal si lo incomoda al degustar su vegana dieta de bamboo.

Sin embargo tras varias generaciones criadas frente al televisor nos hemos olvidado cómo son (y cómo se relacionan) los animales reales y los hemos sustituido por los que imaginamos en nuestras pantallas; hoy día Dumbo es el elefante real. Y los elefantes del circo son Dumbo, al que hay que salvar. Stephen Vichio de la Universidad de Notre Dame le ha llamado Bambificación de la naturaleza. Dumbificación en este caso.

El problema con los malditos animales de verdad es que no se comportan como dice Disney, se la pasan por el contrario arruinando todo y comiéndose unos a otros, cagándose, oliendo mal, cazándose y devorándose. En un genial giño a esto  Carlos Saldanha en la película Rio 2, pone a un par de aves promotoras de espectáculos al borde de la desesperación pidiéndole a varios animales amazónicos que dejen de devorarse unos a otros porque arruinan el casting. En el circo no ocurre esto precisamente porque se les doma.

Omita usted, por un instante, ecologista lectora, lector, esa simpleza tan extendida de que en los espectáculos con animales se disfruta el sufrimiento animal. De ser así, como alguna vez lo comentó Savater, con ir al rastro municipal bastaría. Por supuesto, domadores miserables los habrá, pero en general el circo y la doma no tiene nada de inmoral o de maltrato, mas aún es la relación espontanea del ser humano con la naturaleza. Enseñamos a un animal a obedecer y hacer cabriolas eligiendo a los mejores de la manada, ato o jauría para ello.  Con límites, claro. La gracia de los erizos de mar para los malabares con globos está francamente en tela de juicio. Un animal entrenado no hace lo que no puede, al contrario expande sus posibilidades pero siempre dentro de lo que puede hacer. Si lo duda intente amaestrar a varias serpientes de cascabel para que hagan una fila agarradas de la cola. Póngase cruel y maltratador, como algunos piensan falsamente que es la doma. Por más palazos que le dé a las serpientes dudo que tenga avances en desarrollar sus habilidades circences. La realidad es que a los animales de doma se les cría y se les cuida como Mathew Scott a Jumbo. El circo es lo sorprendente de la doma. Es por tanto una de las refinaciones de la relación naturaleza - hombre.

Este tipo de ideas donde los animales humanizados buenos y los humanos malos tiene también un trasfondo profundamente religioso, místico y cercano al fascismo. Ejemplo de ello es que la idea de la convivencia antropomórfica y zen entre seres humanos y animales tiene más adeptos entre los fundamentalistas religiosos que entre los creyentes estándar y los evolucionistas estándar de acuerdo con Jamison y Lunch (1992). No en balde la publicidad de los Testigos de Jehová muestra señoras, y leones, niños y oseznos tomando el té. Julian Huxley (con su orientalismo occidentalizado) y Francisco de Asis se hermanan en este caso. Las ingentes horas frente a la tele y el New Age acabaron de infantilizar a buena parte de los ahora adultos.

Un ejemplo de este infantilismo fascista místico criado frente a la tele es el propio Antonio Franyuti, director o algo así de la franquicia mexicana de Anima Naturalis y principal promotor de la nueva Ley contra los circos. En una entrevista con René Franco dijo “No tengo que ir a cada circo para conocerlos, he visto videos.(...) Mi trabajo es organbizar la campaña en la oficina.” Tal vez ha visto los mismos que PETA promueve eligiendo a unos entrenadores miserables. Este bloguero, sensible a todas luces, también se indigna con esos videos. La misma PETA que sacrifica miles de mascotas por año pero que se escandalizó porque en un videojuego golpeaban a un Pokemón. Franyuty indicó también que buscan prohibir la charrería, la tauromaquia y que la gente coma carne. "Vamos en contra de los animales en toda actividad humana." ¿Quién le da esa autoridad moral? –le preguntaron.  –Nadie me la da, dijo.

Escena captada por un activista de Natura animalis disfrazado
 de French poodle, y que desató la ira del Partido Verde.


Así que no son solo los circos. Mientras la Capital se cae a pedazos, la movilidad se colapsa, los residuos se acumulan, los feminicidios se amontonan, el tráfico de personas hace su agosto, los indigentes proliferan, la falsificación de productos se expande, los robos en trasporte sobreabundan, los gastos se ocultan, el drenaje se fractura y la especulación inmobiliaria campea, la Asamblea Legislativa decidió hacer leyes sobre lo que usted debe ver o no. Sobre si su primer apellido debe ser el segundo. O qué nombres están prohibidos o no para sus hijos La búsqueda de notoriedad legislativa a través de trivialidades e intromisiones en la vida privada de los ciudadanos, cómo se divierten, qué comen, cómo sexúan sus relaciones, cómo forman su familia y hasta cómo se miran unos a otros ha sido la constante del desmadre legislativo en el Distrito Federal, del infantilismo parlamentario chilango.
No estoy seguro de que sea el rol de un parlamento laico la prohibición de los espectáculos que a ellos les molestan, ni indicarle a usted, liberto lector a cuáles debe ir o no.

El profundo aburrimiento legislativo de los verdes convirtió a los pollitos y peceillos que venden en las kermeses de primaria, en delito. Igual con la foto con los burritos de Chapultepec; los caballitos pony donde se paseaban los niños. Y de paso mandó a todos esos animales al matadero, eso sí, en lo oscurito (son muy sensibles para verlos morir). Y es que tras esta ley subyace una ignorancia supina de los animales, del espectáculo con ellos, un desprecio a la cultura y una carga culpígena y chabacana enorme. Son los nuevos protectores de la moral pública. La vida descafeinada, aséptica y light del Cirque du Soley, su ejemplo de circo, no es más que una continuidad del mundo Disney en el que viven los paquidérmicos legisladores chilangos y sus amigos ratoncitos verdes activistas.