Tuesday, July 12, 2011

Huellitas enlodadas

Soy un desastre con mis cuentas personales. Mi madre en una época hasta hojas de balance general llevaba de la casa y a mi me cortan la luz, más por olvido que por miseria. Mi madre también cantaba en un coro y también mi talento vocal es inversamente proporcional al de ella. Los tenedores de libros (y los cantantes) aumentan su autoestima cuando me conocen. Para cualquiera eso ya es bastante malo en cualquier civilización con impuestos, tributos, y obligaciones varias, pero cuando en lugar de dirigir una familia formada por dos gatas, una pata de elefante (mordisqueada) y una colonia de ácaros, lo que se dirige es la décima economía del planeta el panorama no es nada bonito. Y si en especial los datos de los delincuentes, de los policías y de la intersección de ambos es una maraña de nombres, números y categorías el optimismo se disipa. Aunque a cualquiera le pasa. En la prefectura de París las cerca de 84 mil fichas de delincuentes hacían que un aprendido aunque diera su nombre real, su descripción arrojaría más de 300 archivos luego de varias semanas, si es que se lograba. Así que después de todo no estamos tan mal, considerando el énfasis con que se difundió hace días que la Procuraduría General de la República cuenta desde la semana pasada con un Laboratorio Central donde se van a archivar, recolectar e identificar huellas dactilares. Claro que los líos de la policía parisina que describo eran en 1842. Para fin de siglo el sistema francés tuvo su primer avance con las propuestas de Alphonse Bertillon.

Hijo de un afamado antropólogo francés, su talento académico y evidente aura índigo fueron manifiestos desde temprana edad. A los seis años lo corrieron por primera vez de una escuela, luego a los once y más tarde en el Liceo Imperial tras un conato de incendio le echaron con maldiciones de por medio. A los 20 años fue bachiller y luego se dedicó por un tiempo a abandonar empleos, medio estudiar medicina y seguir con los desayunos a la una y media de la tarde, las resacas y el absenta. Pero su vida de artista conceptual becado por el FONCA tuvo un vuelco cuando en 1879 se enamoró perdidamente de una desconocida princesita sueca. Antes que terminar bajo un puente del Sena cantando rolas de José Alfredo, decidió ganarse a la familia de la novia y triunfar en la vida. Así, FUA de por medio y una recomendación de su padre, consiguió una chamba en el sistema carcelario de París. ¡Las burradas que hace uno por amor! Pronto notó la gran cantidad de Pierres Dupunts que robaban por primera vez y que (obvio) nunca coincidían con los registros previos. Recordado los estudios demográficos de su padre pensó que al tomar suficientes medidas la posibilidad de que dos personas coincidieran sería mínima. Por esto decidió tomar 14 medidas diferentes de rasgos de los detenidos y luego generó un sistema de clasificación por categorías de cada carácter lo que daba tan solo veinte registros y no más que unos minutos para saber si una persona ya había sido detenida. Con Windows se hubiera tardado más. Sin embargo el héroe de la película (film noir) de la identificación criminal sería Henry Faulds. Se trataba de un médico presbiteriano nacido en Escocia en una familia trabajadora, modesta en sus valores pero con cierta abundancia hasta que la quiebra del Western Bank los llevó a la pobreza. Con gran esfuerzo se hizo médico en el Anderson College de Gasglow, ciudad donde realizó prácticas (higiénicas suponemos) con Lister, a la vez que daba clases en la escuelita dominical. Como creo que aún no tengo un lector protestante, hay que decir que la escuela (o escuelita) dominical son las reuniones de feligreses por edad o interés antes del servicio religioso. Se juntan para estudiar la biblia los domingos por la mañana. Es más divertido de lo que suena, sobre todo a los 6 o 7 años. Y con un profe como Faulds, supongo que más. Su mezcla de fe, ciencia y medicina lo llevaron a Dajeerling en India como médico en una misión cristiana y más tarde a Japón, que fue definitivo en la dactiloscopía. Literalmente Faulds hizo milagros, pero en la salud pública y atención médica. Para 1882 atendía a más de 15 mil japoneses, acabó con una epidemia de rabia, difundió la asepsia, creo un sistema de socorristas, una organización de ciegos y en sus ratos libres fundó una revista cristiana, artística, cultural y científica. Sólo le faltó vender sushi los domingos. Entre los temas de ciencia de la revista, el darwinismo ocupaba un lugar de privilegio pues era una de las pasiones del mismo Faulds y dolor de cabeza de más de un misionero. Sin embargo, la polémica le llevó a conocer a Edwar Morse, un naturalista gringo que fue a estudiar braquiópodos a Japón y terminó haciendo arqueología. Morse y Faulds participaron de encarnizados debates públicos sobre la compatibilidad del darwinismo y la existencia de Dios, que atrajeron a miles de japoneses hartos del sumo. Pero además se hicieron cuates y Faulds visitaba con frecuencia las zonas estudiadas por Morse donde abundaban flechas, ropa y tepalcatitos diversos de más de 2 mil años de antigüedad, en uno de los cuales notó las impresiones de huellas digitales. Recordó que durante una clase sobre el sentido del tacto había notado las mismas marcas en él y sus alumnos. Revisó porcelana nueva en un mercado y las huellas se repetían, pero advirtió diferencias dependiendo del puesto y fabricante. Se podía identificar al alfarero por las huellas dejadas. Empezó a tomar muestras de huellas, muchas, cientos, miles. Mejor aún, localizó al estudiante que se bebía el alcohol de la clínica por las noches y a un ladronzuelo de un hospital por sus huellas digitales. El primer caso en la historia, aunque el primero resuelto por un policía fue en 1892 en Argentina cuando los detectives Eduardo Álvarez y Juan Vucetich encontraron culpable a una mujer de asesinar a sus dos hijos tras leer un artículo de Francis Galton. Y es que el célebre y mamila primo de Darwin se había interesado en las huellas digitales como parte de sus investigaciones antropométricas que le permitieran identificar asesinos, pobres, defectuosos, cuchos diversos y cualquiera que le pareciera medio naco para ser humano. En 1880 Faulds le escribió a Darwin, quien a dos años de morir le reenvió la carta a Galton quien a su vez prometió contactar con Faulds. Pero Galton prefirió contactar a William Herschel, nieto del astrónomo y filósofo y que le parecía como más gente bien. Al más puro estilo priista y con gel incluido, Herschel de 25 años se convirtió en gobernador de una provincia de la India, donde a partir de 1859 usó las huellas digitales para evitar el incumplimiento de contratos de hindúes con empresas británicas. Idea que, dicho sea de paso, se fusiló de una colonia de chinos en Calcuta. Los chinos usaban las huellas como firmas desde cientos de años atrás. Con la ayuda de las dotes de psicoterapeuta de Galton, Herschel se auto convenció de que él fue descubridor y fundador de la dactiloscopía. Así que con el apoyo del espíritu piadoso de Galton, entre ambos lo mandaron al olvido académico, aún cuando el sistema, la clasificación y los datos más sólidos, muchos usados hasta hoy en el nuevo laboratorio de la PGR, eran de los trabajos de Faulds.








Algunos criminales sin escrúpulos (si no no serían criminales) hacen hasta lo imposible para eludir a la justicia.



Hay noticias que no lo son, y esta es una de ellas. La dactiloscopía se usa desde hace mucho en México aunque no tengo una fuente bibliográfica que citar. Si bien lo más inn son las técnicas de amplificación ADN hay más casos resueltos por técnicas dactiloscópicas hoy en día, por lo que finalmente, aunque sea 109 años más tarde que Argentina, estamos ya aprendiendo los métodos que nos permitirán encontrar a los verdaderos asesinos de Acteal, el caso Casitas del Sur y quién está clonando a los Aburtos.


Por cierto, Bertillon nunca se casó con la sueca, sino con una chica que contrató para que le ayudara con su investigación antropométrica, Faulds jamás fue reconocido como el fundador de la dactiloscopía y se la pasó emulando a Elba Esther y Yunes, peleándose con Herschel hasta su muerte en la pobreza, con goteras en casa y enterrado en una tumba olvidada hasta hace unos años. Herschel murió de más de 80 mientras revisaba impresiones de huellas dactilares en su casa. Galton…bueno, Galton seguirá por siempre siendo la misma rata almizclera eugenésica de alcantarilla.

1 comment:

Orquídea Flores Méndez said...

Amiguito del alma: No sabes cuánto reí, gracias por compartir! Te quiero!