Wednesday, December 21, 2011

a year, a year or so

42. Muchos en mi lugar preferirían el orden inverso de los dígitos. Yo no. Me gusta lo vivido, aunque debo decirlo, no sé si estos años han sido mucho tiempo. Nací exactamente el día en que el fundador del aikido murió, del año en que la humanidad se posó en la Luna y en la fecha en que poco después Apolo 17 se despidió para siempre de Selene. Tengo, pues, la misma edad del metro de la Ciudad de México. Con algunos achaque similares, si es que los rechinidos de mis rodillas son análogos u homólogos del ruidero de la suspensión de los trenes. Supongo que me suenan más en invierno, pero creo que es por haber practicado aikido o por la esgrima que hice en los intersticios temporales en que abandonaba el aikido. Cierto estoy que no es por haber corrido un maratón porque nomás fueron tres horas con 57 segundos. Lo que sí es que haber nacido cuando los Apolo tal vez marcó mi sino, ya que mi curiosidad por la naturaleza la recuerdo mucho antes de haber mirado por primera vez la vía láctea en el desierto poblano, al regreso de Zacapoaxtla, donde comí mole y rompí una piñata en navidad. Desde entonces sigo sin poder construir un telescopio pero continúo maravillado del universo. Eso sí, desde antes buscaba bichos, disectaba flores y en un pueril afán mecanicista, despanzurraba los juguetes de cuerda de mi hermano que ahora valdrían una fortuna en e-bay. Por lo mismo, formé una colección de mariposas que yo mismo capturé y monté y que se rompieron en el terremoto del 85, cuando a mis huesos casi casi les pasó lo mismo cargando escombro en la colonia Roma, buscando el cadáver del admirado Frederick quien en su fabuloso destino libró los añicos de las ruinas en los bombardeos nazis y vino a morir bajo los tepalcates de las ruinas del temblor de cuyo edificio salió con vida tan solo de soledad un pequeño gatito siamés a quien una amiga de caderas fabulosas bautizó con el fabuloso nombre de sismito. Un gato bipolar. Tierno y juguetón, que corría sin aviso como guepardo bonsái hasta chocar con la puerta del baño de su amo. Un tipo sensacional (el amo) que igual nos aguantaba a media docena de adolescentes bailando en la sala de su casa que nos prestaba ejemplares de García Márquez, a quien años después estreché las manos con las mías llenas de salsa morita. Desde entonces me late menos que bailar en la casa del amo de sismito.

Y es que siendo franco, sólo una vez en la vida he bailado decorosamente, ligeramente ebrio, a las dos de la mañana, en calcetines, oyendo a Morrisey en casa de una antigua y maravillosa novia de hace miles de años. Así pues, como se verá, no soy mucho de fiestas; prefiero los museos y los mercados y los helados y las charlas. Como aquella mientras miraba pasar la Estación Espacial Internacional tirado en la hierba de noche mediterránea, junto con 20 adolescentes ingleses, cenado almendras tostadas y ginebra y discutiendo sobre equidad de género hasta la madrugada, sobre la inequidad de la guerra, pero la justicia de algunas guerras. Y no es que me guste la beligerancia así porque sí, al contrario, no me gusta porque la entiendo; quizá porque de niño, un 5 de mayo, me tocó estar del lado francés, y al ver caer a quien portaba la bandera gala, herido (porque el porrazo que le dieron fue de verdad), me lancé a ayudarle, a desagraviar nuestra enseña, arengar a los otros infantes partisanos, y al grito de vive l France! a punto estuvimos de ganarle a los zacapuaxtlas de tercero B. Lo marcial parecía seguirme años más tarde, en el Servicio Militar, donde tuve cierta popularidad, no por mi abuelo capitán que luchó en la Revolución, sino por mi buena puntería que tantos cerditos de barro me había hecho ganar en cuanta feria me topaba. Así que me tocó disparar las salvas en una guardia de honor usando un viejo y pesado mosquetón 7.9 mm hecho en México en 1937, de aquellos que se mandaron con todo y troquel de águila y serpiente a que defendieran la Sagrada Familia de Barcelona, según yo la obra humana más hermosa, que aún me eriza el pericardio y que engalana la ciudad condal de la que he adoptado a Saint Jordi con su día y alguno que otro colega y amigo. Porque eso sí, los mexicanos y México (además de gritar) sabe adoptar; adopta por igual iberos añorantes de una república imaginaria, que chilenos entrañables o alemanes industriosos con todo y el vocho que me parece el mejor carro del mundo, en especial el setentero que fuera de mi padre, aunque prefiero las bicicletas que me parecen más civilizadas, tal vez porque no sé manejar, aunque tengo mi licencia permanente. Tampoco sé anudar una corbata, si bien tengo tres. Eso sí, si alguien desea practicar su desapego al mundo material regalándome un Jeep Sahara se lo acepto, solo por el altruismo de propiciar su crecimiento espiritual. O un smart. O un vocho setentero. O una corbata de Pineda Covalín. No me sorprendería que alguien lo hiciera, porque de sorpresas está llena la vida. Una ocasión una mujer que dijo amarme entró sin avisar al lugar en que trabajaba, en medio de todos, andando felina y lunar, me besó; y se fue; y no volví a verla. Tal vez fue por cigarros (aunque no fumaba). Y es que cada día sé más sobre el universo, pero menos sobre las mujeres, aunque más sobre los gatos. Si a mi me gustaban los perros; así que sigo sin saber cómo, una mujer de por medio, terminé habitando con dos gatas a las que adoro, no como mis hijas, pero sí, como se debe amar a una mascota. Porque lo hijos, ahora lo tengo claro, son otra cosa. La sobrinita de una ex novia y el hermanito de otra me han hecho pensar en ser padre; dejar de verlos me ha hecho saber que esa es una decisión femenina. Que ellas deciden si lo hacen padre a uno. A menos que uno sea el rey de España, a quien saludé una vez y solo atiné a balbucear “mucho gusto majestad,” yo que soy republicano, liberal y de izquierda y protestante, y que para colmo de males monárquicos le he robado un beso, entrañable como ella, a un miembro de una familia real. Mujer que cada día admiro, quiero más y me sorprende más, en su talento, desparpajo, amorosidad. De ese amor que es respiro inesperado, que nos aguarda a la vuelta de la esquina, que enloquece el alma y que en el grupo de face contra la pseudociencia opinan que no es causa de su piel que me eriza, su vientre o su mirada, sino alguna enzima, o varias, o tan sólo un aminoácido secretado por alguna de sus, naturalmente, hermosísimas glándulas.

Pero no se piense que todos los besos los he robado, a pesar de no haber besado en demasía. Alguna vez besé a una prima, algo de Darwin debería tener. Y también a una compañera de trabajo, teniendo novia (ella y yo) y lo peor, estando sobrio. Si bien generalmente estoy sobrio. Apenas me emborraché por vez primera a los 32, lo que desató las burlas e indignación de mis amigos; de los abstemios y de los ebrios por igual, no obstante por razones diferentes. Siempre es un gusto lograr que se unan bandos opuestos, aunque sea imaginándome recargado en un poste de farol, acera opuesta del Dada X recientemente extinto. Y es que lo dicho, ni las fiestas ni el alcohol se me dan demasiado. De niño repartía volates contra el alcoholismo y de grande vi morir a mi hermano de lo mismo, tratando de cuidarlo lo mejor que pude como intenté cuidar igual a mi madre hasta que se cansó de vivir y prefirió descansar y morir y estar en paz, amando hasta el último a su ausente Nicolás. Así que lo de volantear ha sido recurrente, ya sea contra el papa a grupos de monjas que le llevaban serenata al pié de la nunciatura, o contra el dalai lama (con minúsculas), quien junto al karaoke me parece el riesgo más grande a la cultura occidental. Y es que la idolatría de mi país siempre me ha dolido, sea de adolescentes reguetoneros o hipsters. De pequeño al mirar a los curas (con las sotanas del color de su alma) hincarle la cartera a peregrinos que hincados andaban buscando consuelo y verdad, pensé que de grande no lo vería jamás. Que era cuestión de escolarizar y de enseñar. Me imaginé un México en libertad, con ateos, protestantes, agnósticos y un queotro Pentecostal, pero catolicismo no más. Y me imaginé con más talento que Arjona para evadir estas rimas nada más. Quizá porque tuve la fortuna de nacer en una familia metodista y de escuchar desde la parvulez al ilustrado pastor Rolando Zapata y al perspicaz Luis Rubluo, quienes entre prédica y sermón citaban igual a Rousseau que a Jefferson; al compás del piano del hermano Cora que insistía en alternar a Mendelsohn con Charles Wesley. Y quizá por lo mismo pienso hasta ahora el viaje vivido ha valido la pena. Lo mismo los lugares que los sabores y la gente. Del futuro no tengo idea. Siempre es más fácil ser historiador que profeta. Hace seis años pensaba que hoy estaría viviendo en Lisboa comiendo pastéis de nata por la mañana, esperando que Lusitania no desapareciera de nuevo tragada por la tierra, ahora conmigo, como en 1755.

Así que ni idea de lo que sucederá, pero creo que seguiré escribiendo contra las supersticiones, la misoginia, el racismo, andando a barlovento, que es una palabra que me gusta mucho. No sé qué haré ni dónde estaré en los años por venir, pero creo que quiero otro tatuaje y un perro border collie para acompañarme a ver las estrellas a Zacapoaxtla, con un hijo que aun no tengo y un telescopio que aún no acabo.

2 comments:

Anonymous said...

ah!!! bello bello, pues si vas a Lisboa invitas que es un lugar que quiero conocer besos Charlssss : )

Anonymous said...

¡Hey!
Qué ameno leerte. Por cierto,el DadaX está reabierto en caso de querer repetir tu experiencia...Saludos bien afectuosos a quien me regaló las rosas mas hermosas el dia de mi cumpleaños