Monday, January 29, 2007

Apocalypto

Desconozco si Giles Healey aún vive, pero estoy seguro de que no hubiera compartido la mayor parte de las quejas hacia Apocalypto. En 1946 Healey recorría cámara en mano buena parte del sur de México (que envidia) cuando en medio de la selva se topó con lo que desde entonces conocemos como Bonampak. El nombre significa paredes pintadas y es como si los arqueólogos del futuro le llamaran graffiti al metro de Nueva York. Haciendo a un lado el éxtasis de creatividad del nombre, lo impresionante y descriptivo de las imágenes acerca de la vida de los mayas es lo más importante. En una de las paredes se observa la manera en que un grupo de guerreros incursiona en una aldea para tomar cautivos que servirán en los sacrificios. Así que la queja más recurrente acerca de la pieza de Mad Mel, me parece poco válida. De hecho toda la violencia, que es bastante, me parece perfectamente justificada por el argumento. Que si fueron grandes sabios los mayas, pos sí, igual los romanos, los griegos y los egipcios y todos mandaban al matadero a ingentes cantidades de gente. Llevar cristianos a los leones no les quitó una pizca de méritos civilizatorios en otros sentidos, más aún cuando después el cristianismo se desquitó con algunos réditos extra. Es más, creo que los mayas salen excelentemente librados en la pantalla, se ven fuertes, valientes, solidarios y profunda y glamorosamente decadentes. Y además hablan en maya. Así que no le piden nada a los romanos angloparlantes de Ben Hur y menos aún a Charlton Heston peluca de por medio como para convencernos de que Moisés pudo ser antepasado de Nicolás de Bari. En todo caso la indignación snob sobre cómo se ve lo mexicano de los mayas desde los ojos de un australiano antijudio (que no antisemita) parecerá broma para todo aquel que haya notado lo exótico que resulta el águila devorando la serpiente en el monumento a la patria de la avenida Montejo de Mérida. Como decía Salvador García Soto en su programa de radio, ningún egipcio la hizo de tos después de La Momia, vamos, ni siquiera después de La Momia Regresa. Ora que si solo los modernos mexicanos podemos hablar de la historia de este territorio, pos también que la bala perdida de Iñárritu y Arreaga hubiera sido disparada en el Bordo de Xochiaca o en el lago Pátzcuaro. En todo caso mis objeciones hacia Apocalypto son más en términos cinematográficos, en especial de producción, que nacionalistas. Para empezar se puede decir que es un festín de lugares comunes en una película de acción gringa. La más que vista gota de sangre que está apunto de delatar al héroe, que bien pudo ser de sudor de Tom Cruise colgado de un techo, no es más que el prefacio a la recurrente conversión del hombre común y silvestre que al ser perseguido y percibir el peligro hacia la familia se trasforma en el Charles Bronson de la selva que todos llevamos dentro. O en este caso más bien en Johny Rambo con salpicaditas de Arnold huyendo del depredador. Hasta la caída en el lodo y la trampa de caza hicieron presencia. Nomás faltó que explotara un helicóptero ruso por un flechazo. Ahora que si pensamos en un argumento afín a Gibson que se relacione con esta película inevitablemente nos debemos de referir a Mad Max, solo que esta familia del pasado americano fue más afortunada que la del futuro australiano. Aunque El Patriota igual le da vuelta a lo mismo. No obstante su mérito tiene rodar en la selva y en ese sentido hay que reconocer que algunas secuencias boscosas están muy bien logradas, sobretodo considerando el lugar de filmación. Pero para los que conocemos Nanciyaga, cerca de la reserva de los Tuxtlas, y contamos con más de treinta de edad, no podemos menos que imaginar a Garra de Jaguar dándole vueltas a tres arbolitos en un esfuerzo como el de Cachirulo para persuadirnos de que es un bosquesote el set de cinco metros por dos. Nanciyaga es un lugar, maravilloso, imponente y asombroso, cuya magia se incrementa por el hecho de que es apenas un poco mayor que un gran jardín; es tristemente un reducto de lo que fue la selva. A lo mejor por eso se les olvidó a los editores que entre la aldea y la ciudad se supone que recorrieron selvas, ríos, desfiladeros y el equivalente a una favela maya. O si no que nos explique Mel cómo si de ida tardaron dos o tres días (al menos pasaron una noche) de regreso se aventaron una carrerita en los últimos veinte minutos de la película. Se supone que esa persecución fue en tiempo real. De plano la edición no es el fuerte de esta pieza. Si no díganme cómo a punto de darse un beso en la boca resulta que el galán se recuesta en el regazo de la amada en un corte de edición digno de la Frambuesa de Oro. Otra pifia de edición es que ante la duda de enfrentar a una catarata o a los perseguidores, voltea y los mira corriendo hacia sí en medio del río (en cámara lenta); vuelve a voltear y…¡los ve salir del bosque!
Apocalypto es una pieza muy latinoamericana en el sentido de que pudo ser y no fue. Es una obra cinematográfica hecha con güeva, con flojera, sin la pasión de la Pasión. Si su anterior obra era viceral y atormentada hasta la exageración, Apocalypto representa la antitesis; es otra oportunidad desperdiciada de hacer una gran épica precolombina, esta vez de manos de un director que está claro, tiene mucho más talento y recursos que una pelea con un jaguar que, como notara la siempre lúcida y querida Diana Melissa, evoca al Tarzán sesentero que abrazaba un peluchote de león mientras rodaba por el suelo de una aldea africana del sur de California.

Thursday, January 11, 2007

y fue en un domingo

Sé que ya no está de moda y que quizá no sea un buen augurio para el inicio de año, pero deben comprender que se me atravesaron las vacaciones de diciembre, un capítulo de libro y unos ojos hermosos que mirar. Con todo y todo, imposible dejar pasarlo.

Hace ya varias semanas, el comentario de mi muy estimada Irama Nuñez a la muerte de Raúl Velasco fue emular lo dicho por toda televisa pero ahora con una carga de ironía acompañada de la sonoridad de su sonrisa: Es que unió a la familia. Por todos lados en los medios la referencia al recién difunto era que unió a la familia. Y tal vez, pero a la familia Azcarraga con la Alemán y con la O´farrell. Más allá de eso el desempeño profesional de Raúl Velasco representó para el país el inicio de la disolución de los lazos familiares en el sentido tradicional, y también de los no muy tradicionales. Hasta antes de la irrupción de los televisores en las salas de estar de las casas mexicanas, la función principal de estos espacios era la conversación, sobre todo los domingos. Se visitaba a los suegros, a los padres o los vecinos para ponerse altanto de la vida. La conversación es un acto civilizatorio tan importante que en esta dark age de hoy, solo unas cuantas culturas de alto grado de civilización, como las tribus del Amazonas o los bosquimanos, la siguen cultivando. A su vez conversar era uno de los factores que mantenían la cohesión de los habitantes de la casa, fuera una familia extendida, adoptiva, disfuncional, concubinal , consanguínea o asanguínea.

Al llegado de la señal, las salas se trasformaron en pequeñas ermitas familiares que en lugar de becerro de oro tenían un tubo de rayos catódicos en el altar. Así que el tan traído término de ídolo para designar a los imberbes y estultos personajes cuya voz hizo callar a todos esos concubinos adoptivos y disfuncionales que antes convivían, es bastante atinado. Desde entonces la convivencia se limita a sentarse uno junto al otro, como en el metro pero sin ir a ningún lado. De hecho algunas veces he mantenido mejores conversaciones en el metro que frente a la tele.

La familiaridad con que adoptamos a estos personajes que nos hablan desde el más allá de un estudio es tan grande, que alguna vez me topé en una reunión sobre educación con famosa locutora de la primera temporada de canal 40, a la que le hablé con tal confianza que se notaba que trataba de recordar de dónde me conocía. Claro que nunca lo lograría. De hecho yo me acordé que la conocía sólo por la tele hasta tres días después.

Si esta convivencia en general se ha transformado en coexistencia, en buena medida se le debe a don Raúl. Pero aún hay más, en serio. para ejemplo, en la periferia del Valle de México han existido desde antes de la fundación de Tenochtitlan una serie de poblaciones cuya identidad se veía bastante sólida hasta el inicio de las trasmisiones de Siempre en Domingo, donde cada semana cientos de familias de San Mateo, Santa Rosa, San Bartolo Ameyalco se confrontaban semanalmente con la imagen de un espejo que les insistía en que lo que eran, era terrible. Así San Bartolo, como gran parte del país, es hoy tan solo un interminable paisaje de concreto, donde la sonoridad del nauhatl desapareció y la belleza del castellano se extingue en medio de un bosque, ya no de pino-encino, sino de antenas de sky. Y todo inició en domingo, siempre en domingo.