Friday, June 20, 2014

Los animales sin circo

Si usted, sensible lector, lectora, lloró cuando separaron a Dumbo de su mamá y por eso no apoya a los circos con animales, mejor no lea este blog.

Para empezar le tengo una noticia buena y una mala. La mala, y agárrese, es que Dumbo no existió. La buena es que si hubo un elefante en que se inspiraron Joe Grant y Dick Huemer, guionistas de Dumbo; el elefante Jumbo.

Jumbo fue un elefantito adquirido por el Zoológico de Londres en 1861. Con el tiempo su tamaño alcanzó proporciones descomunales (Jumbo, el Zoo de Londres siempre ha tenido el mismo tamaño). Su cuidador fue Mathew Scott, y la propia reina Victoria llegó a montarlo (a Jumbo, no a Scott) hablando maravillas de su experiencia con él (de nuevo Jumbo). Scott y Jumbo no solo compartían el gusto por las señoritas nobles victorianas, sino también por otras aficiones británicas. Ambos degustaban una pinta de chela cada noche antes de dormir, amén de algo de whisky en ocasiones especiales. Los dos mantuvieron una relación profunda y continua durante todo el tiempo que estuvieron juntos. Las malas finanzas llevaron a que la Sociedad Zoológica de Londres cediera a las pretensiones de compra de nada más y menos que Phineas Taylor Barnum, el connotado cirquero norteamericano. El nacionalismo británico se desbordó, un símbolo de Inglaterra no podía terminar en una feria por el vulgar medio oeste norteamericano. Pero así fue, no sin antes que Jumbo ofreciera una férrea resistencia. Durante semanas fue imposible sacarlo del zoológico. Cada vez que se le intentaba transportar se tiraba al suelo y no había poder humano que lo hiciera levantarse. Los periodistas se daban vuelo ensalzando el patriotismo de Jumbo. El espectáculo duró semanas hasta Barnum notó que se trataba de una estratagema de Scott. El elefante obedecía señales ocultas de su entrenador para echarse y así evitar  que se lo llevaran para que se echara siguiendo señales ocultas para que no se lo llevaran y de paso dejar sin propinas, whisky y señoritas victorianas a su amo. Así que a Scott le ofrecieron contratarlo por una enorme cantidad y seguir al lado de Jumbo o echarle encima a todos los abogados londinenses que encontraran sobrios en ese momento.

El 10 de abril de 1882 Jumbo debutó en un espectáculo de circo en Nueva York encabezando un desfile de 30 elefantes, incluyendo al elefante payaso llamado Tom Thumb, un elefante enano que hacía de comparsa de los payasos y que, luego de Scott, se convirtió en el amigo más cercano de Jumbo. El acto principal de Jumbo consistía en la asombrosa habilidad de estarse parado con expresión de hueva y profundo aburrimiento con sus más de  tres y medio metros de alto y sus siete toneladas, mientras sus compañeros elefantes hacían gracejadas varias. Un día cerca de san Thomas en Ontario, Canadá, Jumbo y Tom Thumb eran conducidos por un cuidador y por Scott rumbo a sus respectivos vagones de ferrocarril. Jumbo y Scott dormían y bebían alcohol en el mismo carro de tren diseñado especialmente para ellos. Antes de llegar a su convoy un tren desbocado y frenando todo lo que podía, pitando a tronidos, embistió a los dos elefantes. Scott trató de desviar a Jumbo quien asustado corrió en círculo arrastrando unos metros a Scott antes de ser arrollado por el tren. Jumbo sangró por el hocico y trompa, con fractura de cráneo y heridas internas. Murió tomando con la trompa la mano de Scott quien se quedó hasta la mañana siguiente asido a él y llorando. Tristemente hoy día la gente llora más a Dumbo que a Jumbo .


¿Por qué quienes lloran por un elefante de dibujos animados no se conmueven con su Ascarislumbricoides, con quien indudablemente mantiene una relación más estrecha? 

En buena medida porque Dumbo es más entrañable que su miserable gusano y que el propio Jumbo, hospedero lector, lectora. Los propios cambios que ha sufrido Mickey Mouse desde que se dibujó por vez primera, haciéndolo más ojón y cabezón, más como un adorable cachorrito, buscan que sea más abrazable que las ratas de su edificio, condómino fan de este blog. Stephen Jay Gould lo dejó claro, no hay peluches de animales no lindos, como el Bathynomusgiganteus. Y si los hay, requieren adaptarlos al igual que a Mickey. Las mismas personas que piensan que a los leones de los circos hay que llevarlos a santuarios (de santidad), no tienen empacho en desparasitarse, hervir sus almohadas para quitar los ácaros, eliminarse los piojos y ladillas, o quitarles la comida a las cucarachas cuando limpian la cocina antes de dormir.


¿Por qué Dumbo nos gusta más que Jumbo? Como toda experiencia cruel y soñadora el cine tiene parte de verdad y parte de ficción. El cine se convirtió en un prefacio de lo que la televisión haría más tarde como incubadora intelectual de millones de personas que aprendieron que los cirqueros son malos y Dumbo bueno. Disney se encargó de hacernos olvidar cómo son los ratones, patos, gallos, pericos de verdad, y los elefantes en particular. La tradición viene desde Esopo, pasando por los hermanos Grimm hasta Disney. La idea ha sido siempre la de educar, moralizar, advertir y francamente burlarse del vecino con cara de Pug. Los zorros son astutos, los búhos sabios, los osos fieles aún cuando no son precisamente el ejemplo más refinado de la lealtad erótica. Frans de Waal dice que esta es la forma más ingenua de antropomorfizar a los animales. Hasta hace poco, cuando se crecía, o se apagaba la hoguera o se encendían las luces del cine uno regresaba al contacto con la naturaleza y sabía perfectamente que si un felino enseña los caninos, no está sonriendo; los koalas no son ositos tiernos como bien lo descubrió el periodista australiano Keneth  Kook quien a duras penas alcanzó a sobrevivir de sus escarceos ambientalistas con un lindo ejemplar y así escribir El Koala asesino. Un oso panda (que ni siquiera es oso) no tendría el mínimo empacho en abrirle las entrañas, antiespecista lector, y hacer sashimi con su paquete intestinal si lo incomoda al degustar su vegana dieta de bamboo.

Sin embargo tras varias generaciones criadas frente al televisor nos hemos olvidado cómo son (y cómo se relacionan) los animales reales y los hemos sustituido por los que imaginamos en nuestras pantallas; hoy día Dumbo es el elefante real. Y los elefantes del circo son Dumbo, al que hay que salvar. Stephen Vichio de la Universidad de Notre Dame le ha llamado Bambificación de la naturaleza. Dumbificación en este caso.

El problema con los malditos animales de verdad es que no se comportan como dice Disney, se la pasan por el contrario arruinando todo y comiéndose unos a otros, cagándose, oliendo mal, cazándose y devorándose. En un genial giño a esto  Carlos Saldanha en la película Rio 2, pone a un par de aves promotoras de espectáculos al borde de la desesperación pidiéndole a varios animales amazónicos que dejen de devorarse unos a otros porque arruinan el casting. En el circo no ocurre esto precisamente porque se les doma.

Omita usted, por un instante, ecologista lectora, lector, esa simpleza tan extendida de que en los espectáculos con animales se disfruta el sufrimiento animal. De ser así, como alguna vez lo comentó Savater, con ir al rastro municipal bastaría. Por supuesto, domadores miserables los habrá, pero en general el circo y la doma no tiene nada de inmoral o de maltrato, mas aún es la relación espontanea del ser humano con la naturaleza. Enseñamos a un animal a obedecer y hacer cabriolas eligiendo a los mejores de la manada, ato o jauría para ello.  Con límites, claro. La gracia de los erizos de mar para los malabares con globos está francamente en tela de juicio. Un animal entrenado no hace lo que no puede, al contrario expande sus posibilidades pero siempre dentro de lo que puede hacer. Si lo duda intente amaestrar a varias serpientes de cascabel para que hagan una fila agarradas de la cola. Póngase cruel y maltratador, como algunos piensan falsamente que es la doma. Por más palazos que le dé a las serpientes dudo que tenga avances en desarrollar sus habilidades circences. La realidad es que a los animales de doma se les cría y se les cuida como Mathew Scott a Jumbo. El circo es lo sorprendente de la doma. Es por tanto una de las refinaciones de la relación naturaleza - hombre.

Este tipo de ideas donde los animales humanizados buenos y los humanos malos tiene también un trasfondo profundamente religioso, místico y cercano al fascismo. Ejemplo de ello es que la idea de la convivencia antropomórfica y zen entre seres humanos y animales tiene más adeptos entre los fundamentalistas religiosos que entre los creyentes estándar y los evolucionistas estándar de acuerdo con Jamison y Lunch (1992). No en balde la publicidad de los Testigos de Jehová muestra señoras, y leones, niños y oseznos tomando el té. Julian Huxley (con su orientalismo occidentalizado) y Francisco de Asis se hermanan en este caso. Las ingentes horas frente a la tele y el New Age acabaron de infantilizar a buena parte de los ahora adultos.

Un ejemplo de este infantilismo fascista místico criado frente a la tele es el propio Antonio Franyuti, director o algo así de la franquicia mexicana de Anima Naturalis y principal promotor de la nueva Ley contra los circos. En una entrevista con René Franco dijo “No tengo que ir a cada circo para conocerlos, he visto videos.(...) Mi trabajo es organbizar la campaña en la oficina.” Tal vez ha visto los mismos que PETA promueve eligiendo a unos entrenadores miserables. Este bloguero, sensible a todas luces, también se indigna con esos videos. La misma PETA que sacrifica miles de mascotas por año pero que se escandalizó porque en un videojuego golpeaban a un Pokemón. Franyuty indicó también que buscan prohibir la charrería, la tauromaquia y que la gente coma carne. "Vamos en contra de los animales en toda actividad humana." ¿Quién le da esa autoridad moral? –le preguntaron.  –Nadie me la da, dijo.

Escena captada por un activista de Natura animalis disfrazado
 de French poodle, y que desató la ira del Partido Verde.


Así que no son solo los circos. Mientras la Capital se cae a pedazos, la movilidad se colapsa, los residuos se acumulan, los feminicidios se amontonan, el tráfico de personas hace su agosto, los indigentes proliferan, la falsificación de productos se expande, los robos en trasporte sobreabundan, los gastos se ocultan, el drenaje se fractura y la especulación inmobiliaria campea, la Asamblea Legislativa decidió hacer leyes sobre lo que usted debe ver o no. Sobre si su primer apellido debe ser el segundo. O qué nombres están prohibidos o no para sus hijos La búsqueda de notoriedad legislativa a través de trivialidades e intromisiones en la vida privada de los ciudadanos, cómo se divierten, qué comen, cómo sexúan sus relaciones, cómo forman su familia y hasta cómo se miran unos a otros ha sido la constante del desmadre legislativo en el Distrito Federal, del infantilismo parlamentario chilango.
No estoy seguro de que sea el rol de un parlamento laico la prohibición de los espectáculos que a ellos les molestan, ni indicarle a usted, liberto lector a cuáles debe ir o no.

El profundo aburrimiento legislativo de los verdes convirtió a los pollitos y peceillos que venden en las kermeses de primaria, en delito. Igual con la foto con los burritos de Chapultepec; los caballitos pony donde se paseaban los niños. Y de paso mandó a todos esos animales al matadero, eso sí, en lo oscurito (son muy sensibles para verlos morir). Y es que tras esta ley subyace una ignorancia supina de los animales, del espectáculo con ellos, un desprecio a la cultura y una carga culpígena y chabacana enorme. Son los nuevos protectores de la moral pública. La vida descafeinada, aséptica y light del Cirque du Soley, su ejemplo de circo, no es más que una continuidad del mundo Disney en el que viven los paquidérmicos legisladores chilangos y sus amigos ratoncitos verdes activistas.

Monday, April 21, 2014

Gabriel García Márquez


Algunas realistas, otras más, mágicas, pero ahora resulta que todo el mundo tiene una anécdota con García Márquez. Vamos, que hasta Vargas Llosa.

Si no mal recuerdo en el otoño de 1994 un profe de matemáticas de la Facultad de Ciencias de la UNAM ganó el Premio Universidad Nacional para Jóvenes  Investigadores, algo así como el Valores 
Juveniles, pero del mundo académico, lo cual no le dirá nada a usted cándido lector de este desalmado blog, salvo la otoñal edad de este patriarcal bloguero.

Digamos que se trata de una especie de Pequeños Gigantes de la investigación, pero que a nadie le importa y con un premio bastante más 
modesto. A pesar de ello, y de que juvenil, juvenil ya no era,  el buen profe tuvo a bien invitar a 
sus compañeritos del Consejo Técnico de la Facultad a cenar a un bello restaurante frecuentado por la izquierda latinoamericana y con precios dignos de la ultraderecha.

Esto viene a cuento, peregrino lector, lectora, porque en esas épocas este humilde bloguero era parte de ese Consejo como representante de los alumnos de la Facultad. Yo, por mi parte me hubiera conformado con ir al Kentoky fray Chiken, pero dada la insistencia de nuestro anfitrión, pues el pobre Coronel Sanders no tuvo quien le escribiera una orden de receta secreta.

Total que llegué al restaurante donde la hosstess apunto estuvo de decirnos a mi compañera y a mí que no se permitían vendedores 
ambulantes. Me sentí tan avergonzado que estuve a punto de decir, sólo vine a hablar por teléfono. Por fortuna providencialmente apareció el director de la Facultad, por lo qué el paso franco a la mesa fue directo, es decir, franco. El tapiz de las paredes del pequeño pasillo y las 
escaleras hacia el segundo piso se encontraban tapizados a su vez de fotos de comensales 
anónimos para mí, pero con expresión de estar recibiendo el Nobel de la Paz, o ya de 
perdida un MTV Latino.

El segundo piso me pareció amplio, y salvo nuestra mesa, solo había otra ocupada, al fondo, por un par de tipos en una esquina. El director nos abandonó para ir a la mesa a saludar a aquellos entusiastas del aislamiento.

La nuestra era más grande (la mesa). Mi compañera y yo éramos los últimos en arribar. Mi bendita manía de contar me hizo darme cuenta que al menos no seríamos diecisiete ingleses envenenados en caso de intoxicación. Recuerdo que la carta de alimentos, el menú, lo miraba de un lado a otro, como un pug  en una pelea entre Joe Louis y Jersey Joe Walcott. Me quedé con ojos de perro azul, sin saber que ordenar.

Recuerdo que pedí algo de nombre más o menos 
impronunciable, pero que se escuchaba de índole igualmente intelectual, principal criterio culinario en un restaurante de izquierda. Y 
de hecho fue intelecto lo que me faltó para preguntar qué rayos me iba a comer pues minutos después llegó lo que parecía media pierna de oso servida en banquete medieval bajo la carpa de un circo a mitad del desierto. 


Sin embargo la pena se diluyó rápidamente cuando fue evidente que el resto de estudiantes invitados igualmente habían pedido las cosas más extravagantes, caras e 
impronunciables que pudieron. Eso sí, como un acto de respeto al que iba a pagar, nos acabamos 
todito lo que nos tocó, salvo una compañera que pidió para llevar media docena de 
camarones gigantes que ya no le cupieron y ante los ojotes del mesero que por poco le 
pregunta si quería salsa verde o roja.

Total que cuando el postre llega se acercan los dos tipos que se encontraban en la mesa del 
fondo y se despiden del director de la Facultad sentado a mi izquierda. De inmediato me levanté cortésmente a estrechar la mano de los que llegaban, lo que me permitió mirar 
de frente al más viejo y reconocer algo en él.

Con mi característica agilidad mental 
comencé a repasar imágenes que me dieran una pista de a quién demonios le sonreía y 
estrechaba la mano con mis dedos ligeramente humectados con grasa de oso.

Primero pensé en Omar Sharif, luego pensé en el vocalista de Café Tacuba, y en un instante de clarividencia en Gabriel Quadri. 

En esas estaba, sin 
entender bien a bien lo que pasaba, cuando aparece uno de los meseros con una 
cámara y nos dice, foto, foto… Así que, cual Arabela, de inmediato cambiamos de 
posición y miramos a la cámara, abrazo de por medio, sonrisa deslumbrante, como si fuéramos los grandes cuates de mil parrandas. Finalmente el dúo visitante se retiró, por lo que, ya con las 
manos más limpias,  volví a concentrarme en lo que fuera que se encontrara en mi plato. Sin embargo  fue solo  para enterarme que el tipo al que le dejé el chaleco con aroma de 
suadero era …Gabriel García Márquez!!!  Así es laberíntico y generalista lector, lectora.

El otro sujeto, quien tuvo la higiénica suerte 
de saludarme después de Gabo (la salsa de por medio me da la confianza de llamarle así), fue Werner Herzog, el director de cine.

Literalmente me quedé con ojos de perro azul. En especial porque era jueves, y en el Cine Club de la Facultad de Ciencias se proyectaba “El tambor de hojalata.” Vamos, que la impresión fue tan grande estuve a punto de que se me atragantara una hoja de alcachofa y convertirme en el ahogado menos bello del mundo. Por fortuna, fue solo uno de esos espantos de agosto.


Más o menos un mes después, una investigadora del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM me 
dijo que en el mismo pasillito del restaurante se encontraba una  foto en la que tres tipos 
tenían cara de estar recibiendo, cuando menos, el premio Tv y Novelas.




Wednesday, April 02, 2014

Comer, rezar, amar (o de perdida coger)


Dicen los que saben que el pozole y el sexo se parecen porque mientras más puerco, mejores son. Estará usted de acuerdo, lector fan de este refinadisimo  blog, en que hay más similitudes.

El apetito y la necesidad de comer son  inevitables como respirar y como el impulso sexual. No son actos consecuencia del raciocinio. En el sexo, no hay un instinto reproductivo, hay un instinto sexual, ganas de coger pues. Derivado de ello hay bebés, pero los pandas, los chimpancés y las solitarias no tienen crisis emocionales por no tener descendencia. Los humanos sí, en algunas culturas donde es muy importante. Es decir en todas. Algunos tienen más deseo, otros menos, cambia con la edad, se asocia a objetos,  a música, a lo divino, a la comida…Es sobre todo cultura. En la comida es más o menos igual; la forma de hacerla, los ingredientes, el simbolismo, van mucho más lejos de los nutrientes que requiera usted, apetitosa lectora, suculento lector. La gastronomía, es otra cosa. Hacer pozole no solo no es natural, sino tampoco racional.

Todo esto viene a cuento porque en una reciente conversación un entusiasta del herbivorismo new age insistía en que el veganismo es una forma racional de comer (casi la única según su frenesí). Todo lo contrario. Es una forma irracional, cultural, subjetiva y moral de comer. Como toda la comida.

Intentar comer racionalmente es el argumento más irracional para comer. Intente usted comer racionalmente y  terminará rumeando una pasta de fibra soluble de algún camote brasileño, mezclada con proteína espirulina y polvo de vitaminas sintéticas.  Vamos que ni jaletina de limón como postre. Olvídese de una carne a la tampiqueña.

Y es que si algo hemos perseguido en la historia de la humanidad ha sido la carne y los dulces.  Si uno ve cuales son los deseos solicitados a genios, magos y hechiceros en todos los cuentos medievales, se trata de comida, especialmente de pasteles y carne. En una de las versiones de Cenicienta, con una varita mágica hace aparecer un banquete y vino; en Le diable et le maréchal ferrat, la protagonista le pide a san Pedro que se le aparece, un pan, un salchichón y todo el vino que pueda beber. La Goule trata de una chica cuyo único deseo es poder comer carne.

Un vegetariano que encontró el camino de la verdad. 
Carne en todas sus variedades no solo era un deseo sino una realidad de los banquetes de señores feudales, en buena medida porque la proteína ha sido de siempre la necesidad más apremiante de la alimentación humana. Sidney Mintz cuenta que alguna vez le reprochó con ironía a su padre, por demás virtuoso cocinero, su devoción al arenque. La respuesta en tono grave y profundo fue, “no te burles del arenque; si no hubiera habido arenque ya no habría judíos.” Proteína o morir ha sido la disyuntiva histórica de la humanidad. Porque comida racional y con una mínima huella de carbono tenían suficiente en la edad media; nabos con hoja de nabo en agua de río y algo de pan sin levadura, con suerte, cerveza para no morir de disentería. Los pasteles, con la crema batida, las frutas de distintos tipos y sobretodo esa exoticidad de Oriente Medio llamada azúcar, eran, lógicamente lo primero que usted, antojadizo lector ya hubiera pedido al primer genio que saliera de su botella de whisky. Pero el azúcar no solo era apreciada por su escasez, sino por su propiedades medicinales. En prácticamente todas las recetas médicas de la edad media hasta el siglo XVII el azúcar, especialmente la más refinada, la que hoy en día llamamos glass, está presente.  La asociación entre la blancura, la pureza y la curación (comer algo puro nos hace puros, aún si usted es un hincha rijoso de las chivas, el peñarol o el boca) parecía ser constante.

Porque hay comida sagrada, e impura. Si bien por aquello de que  la comida no le hace impuro, sino lo que se piensa y dice (Mt. 15:11-21,) el occidente cristiano ha sido ligeramente menos dado a las autolimitaciones alimentarías. Es un decir, claro; las restricciones y apetencias culinarias por cuestiones morales son constantes, desde el cerdo en los judíos, la cuaresma católica, hasta el azúcar entre los cuáqueros y metodistas anti esclavistas norteamericanos (consumir azúcar era propiciar la explotación de los africanos en la zafra). Silvestre Graham, un pastor decimonónico de Nueva Jersey pasó rápidamente de promover la templanza y la moderación (una constante en el protestantismo del s XVIII al inicio del XX) a bañarse con agua fría, el ejercicio por la mañana y la comida vegetariana para ganar el cielo en la tierra. Nike debería construirle un monumento. En especial a Graham el azúcar y el harina refinada ya no le parecían símbolos de pureza por su blancura, sino antinaturales y alejadas de los deseos de Dios. ¿Le suena conocido? Así que pensando en un retorno al Edén natural sin enfermedades, comenzó a hornear galletas y panes con harina sin cernir. La ruina en que se encuentra su tablet, naturista lector, lectora, no es culpa de su acceso frecuente a este fascinante blog, sino de las boronitas de las galletas de avena que se está comiendo cortesía de don Graham, quien nunca logró llevar demasiados adeptos a su templo ni a su casa hasta después de muerto, cuando cada fin de semana ebullía de asistentes. Claro que la casa se vendió y se convirtió en un bar, pero aún así, el lugar finalmente se llenó. Pese al poco entusiasmo popular,  alguien sí aprovechó las ideas de Graham; fue John Harvey Kellog. Médico y ferviente adventista del séptimo día, sacó de la quiebra el maltrecho sanatorio naturista de los adventistas en Míchigan usando las mismas técnicas de Graham.

 Sin embargo Kellog llegó a la conclusión de que gran parte de los problemas de la humanidad se debían al estreñimiento. Encontró una correlación a lo largo de la historia entre estreñimiento y problemas de salud, políticos, militares, etc.  Así que para que el mundo retornara al paraíso había que estimular la peristaltis. De esta forma el hombre que estaba en contra de la masturbación, que consideraba patológico tener coitos más de una vez al mes, que recomendaba la ablación y la circuncisión en casos de lujuria, se dio a la tarea de inventar y promover lavativas, edemas, supositorios, laxantes, lubricantes de cacahuate y otras maravillas que seguro alejaron del desenfreno a sus pacientes. Y por supuesto una dieta a base de cereales. En 1877 puso a consideración del respetable una mezcla de cereales pre cocidos a la que llamó, Granola. Tiempo más tarde llegaron las hojuelas de maíz a las que llamó... Hojuelas de maíz.  Y que se rumoraba podían controlar el entusiasmo onanista de los adolescentes. Solo había que desayunarlas a diario.

Así que evocar la racionalidad para sustentar una dieta vegetariana solo tiene lógica si usted es un orejudo alienígena aficionado a leer este famélico blog desde el Enterprise.

Solo piense en el queso relleno de Yucatán, que requiere importar el lácteo de Holanda; en Filipinas se consume un huevo cocido de pato a cuyo embrión se le ha permitido crecer  un poco. En Taiwán se elabora un tofu apestoso que se deja fermentar hasta el límite de la putrefacción antes de convertirse en un delicatessen que bajará los precios de la renta en su vecindario si se aficiona a él. En Nueva Orleans hay un platillo que consiste en un pollo entero deshuesado y relleno de verduras. Este, así enterito, se convierte en relleno de un pato deshuesado. Ambos, se meten en un ganso deshuesado que finalmente se hornea y que debe entregar unas rebanadas suculentas  que bien podrían servirse en una fiesta de boda de un menage a troi. Y hablando de bodas el mole poblano es cualquier cosa menos un alimento racional. Chiles ancho, guajillo, mulato, pasilla, canela, clavo, chocolate, almendra…

Y si luego se usa para hacer un sacahuil, el tamal gigante para funeral huasteco, un tamal casi sagrado. Tamales por cierto hay más de 700 variedades registradas solo en México. La fete de Babette es a cada momento de nuestras vidas, por fortuna.

No hay nada racional en pasar horas haciendo una salsa blanca de champiñones y trufas para bañar una pechuga de un ganso criado por años y horneada con especias, sin contar un vino de cuatro años.
Abstenerse de un alimento tampoco es racional, esa renuncia puede ser consecuencia de un compromiso aparente, pero más que nada un compromiso con un nuevo yo, más atractivo y puro que el anterior. Lo malo es que en algunos casos, también se piensa que más puro que los demás a los que se debe guiar. No llegue hasta ahí, por favor.

 Si usted genera empatía con sus vegetales, concéntrese en su rib eye. Qué bueno que ya es usted mejor persona entrándole al bife, pero deje a su vegetariano favorito que se coma sus verduras tranquilamente. Eso sí, cuide de no tener empatía con todo lo que come. Chesterton En lo que está mal en el mundo, narra cómo algunos londinenses vegetarianos entraron en crisis tras darse cuenta que sus ensaladas podrían ser seres sintientes. Así que optaron por comer solo sal. Y fueron felices por un tiempo, hasta que un geólogo mala leche les mostró que los cristales de sal crecían. Al igual que tener sexo usando una botarga de abejita, comer no es un acto racional, es cultural. Lo único racional en el pozole, son los jueves de 2 x 1 en Potzollcalli. 

Friday, February 28, 2014

¡¡Dr. House en la UNAM!!


Así es lector, lectora fan de la ciencia, los pumas de la UNAM y los pokemones. Luego del inusitado éxito de Beakman en la UNAM, y dada la cercanía del aniversario de la Facultad de Medicina, fuentes anónimas e imaginarias confiaron a este bloguero las intenciones de que Dr. House dicte una serie de conferencias médicas en el bello campus. “Es que nunca hemos tenido un portazo en el auditorio Fournier. Al menos no desde la corretiza a Luis Echeverría” me dijo mi anónima fuente mientras se terminaba su torta pumita con todo y bata blanca. Y es verdad sin importar quien viniera. El Dr. Peter Hotez director del Instituto Savin de Vacunación, en este mes del amor que termina, dio una conferencia en la Facultad de Medicina al igual que Edzard Ernst, profesor emérito de la Universidad de Exeter y en ambos casos ni en el buscador de la Gaceta UNAM aparecen.

También Sidney Alman premio Nobel de Química dio una conferencia en el Instituto de Química en octubre pasado sin tumultos para verlo, lo mismo que meses antes Ada Yonath, también Premio Nobel.

En noviembre pasado Richard Levins el sensacional profesor emérito de Harvard de quien discrepo tanto como le admiro, estuvo en la Fac de Ciencias pero el GDF no le pidió que hiciera cápsulas para ver en las tablets que regalará con nuestros impuestos.

En esta misma semana (última de febrero 2014) la profesora emérita de la Universidad de Birmingham, Noni Franklin- Tong dictó una conferencia en el Instituto de Ciencias Genómicas sin que hubiera reclamos para que se presentara en el Estadio Olímpico.

Por ello no es de extrañar que un amigo mío burócrata de la Fac de Ingeniería pensara en hacer méritos sindicales proponiendo traer a un referente mundial de la ingeniería civil. Claro que la tristeza invadió su rostro cuando le dije que era imposible, aún con el apoyo de ICA, traer a Bob el Constructor, pues se trataba de un personaje de ficción. Que en realidad no existía.

Y no es para menos, hasta varios periodistas que conozco me preguntaron si sabía quién podría conseguirles una entrevista con Beakman. Les dije a todos que la noticia no era Beakman (aunque ahora ya lo es) sino la trayectoria del Instituto de Física, que para asombro de varios de ellos, no tiene que ver con deportes. Y antes de que usted, lector, lectora de bata verde, me trolee de mezquino, envidioso, resentido, déjeme le cuento que no tengo nada contra Paul Zaloom, el actor que hace de Beakman. De hecho me cae muy bien, creo que es un buen actor y hasta donde me han dicho, buena persona. Mi abuela Eulalia me decía que si no conozco a alguien, no tengo por qué dudar de él (o ella). Aún más, El mundo de Beakman, me gusta bastante, lo he recomendado y hasta lo llegué a scautear para ver si algunas de sus actividades podrían serme útiles en mis clases. Era y es un buen producto para niños, que muchos adultos disfrutamos, fruto del trabajo de más de sesenta personas según el propio Zaloom. Y es que él, Paul Zaloom no era en sí mismo un divulgador de la ciencia, al menos no más de lo que es el Dr Chunga, a quien la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM ya ha invitado a hacer shows de ciencia. Tal vez por eso es que algunos investigadores han sido un tanto críticos con este evento. Que no es ciencia de verdad, que promueve estereotipos, etc. Y bueno de elitistas, mamilas y mezquinos no los han bajado en las redes sociales. Una chica en Facebook (recuerde usted que a este bloguero le relaja el Face) comentaba que el día que junten esa cantidad de gente unos científicos, que critiquen. (y de medios agrego yo). Claro que, con ese criterio de evaluación el Buki junta más gente.

El problema no es el genial Zolmoon, Beakman ni el Instituto de Física, que lo hizo de maravilla e impecablemente trayéndolo. El problema, según este (desde hoy con menos amistades) bloguero, radica en el tipo de audiencia, en los medios de comunicación y en el lamentable estado de la divulgación científica en México.





Dr. House en las "islas de CU"


En el caso del público tal vez el éxito de Beakman se debe a que es casi el único referente que tenemos sobre ciencia. Los resultados en la prueba PISA, y la reciente encuesta de CIDAC sobre competencias profesionales, dan cuenta de ello. Una de las características más deseadas por las empresas en los solicitantes de empleo es que sepan leer y escribir. Incluye egresados de famosas y caras universidades privadas. En habilidades lectoras, ciencia y matemáticas tenemos el último lugar de la OCDE. En la Encuesta Nacional sobre Percepción Pública de la Ciencia casi el 70% cree en la homeopatía, más del 30% en los horóscopos y 34% cree en los OVNIS.

Así pues, la gran afición de los mexicanos por la tele es causa y consecuencia de estos resultados. En ese contexto, no recuerdo programas de ciencia para niños de factura mexicana. Wikipedia US tiene ochenta registros.

Si a lo anterior agrega usted que la poca divulgación se hace por escrito con cosas como esta, “acaban de identificar el DNAc que codifica para el receptor B2 adrenérgico. Tiene siete regiones transmembrana y parece una estructura que va a repetirse en otros receptores de membrana”, aparecida en una columna de ciencia de La Crónica de Hoy, hace tiempo. Esto se debe a que comunicadores, periodistas o literatos no se interesan por el tema y porque muchos científicos no la consideran ciencia. Hace años se decía que quienes se han dedicado a la divulgación son científicos que no han dado el ancho (ni ninguna otra característica) que les permita acceder a ser SNI 3.Sí es ciencia en el sentido laturiano, pero no es investigación científica. Eso no demerita ni a la una ni a la otra, simplemente se trata de disciplinas distintas que algunos pueden ejercer en conjunto, pero que por lo general requiere de especialización. El producto Beakman es precisamente consecuencia del trabajo profesional de un equipo muy grande, incluyendo al talentoso Zaloom.

Así qué en un país con un solo producto relevante infantil sobre ciencia, aunado a nuestro bajo nivel de comprensión lectora y de conocimientos sobre ciencia, no es de extrañar que tengamos tumultos de fans a Beakman. Los programas de ciencia inspiran a los niños a aprender ciencia, no para que se hagan científicos, sino para conocer su práctica, desmitificarla y para que tengan más elementos para comprender cabalmente la naturaleza. El éxito de Beakman en México demuestra que sí hay interés sobre la ciencia entre los niños mexicanos, pero también refleja que no se puede acceder mucho más allá de ese nivel, y que quienes deben ofrecer más opciones no lo han hecho. Esto sin quitarle un ápice (es decir, ni la puntita) a los méritos de Zolmoon, sus colaboradores y menos aún al equipo del Instituto de Física de la UNAM.

Y si usted, lector, lectora de imaginación científica desborda cree que he escrito todo esto debido a que estoy de amargado porque no pude ir a ninguna de las presentaciones de Beakman, porque no me invitaron a los cocteles, no lo entrevisté y hasta la versión pirata del programa está inalcanzable en fin de quincena, tiene usted toda la razón. Quiero una bata verde. He dicho.