Monday, February 22, 2010

Entre los BWV y la A H1N1

Recién llegada la primavera de 1721, Bach, Johan Sebastian, se encontraba atareado en la revisión de los últimos detalles de los que inicialmente se llamaran Six Concerts à plusieurs instruments, y que tantito después se convirtieran en Los conciertos de Brandenburgo BWV. Al mismo tiempo, muy lejos de Brandenburgo y sus notas barrocas, en Boston una casa era grafiteada y atacada con bombas que aún no se llamaban Molotov pero que igual quemaban. Esa casa era la de Cotton Mather, clérigo e historiador natural que dio valor al dicho de un esclavo africano sobre que en su aldea de origen, ante el peligro de una epidemia de viruela, se inoculaba a la población sana dejando caer diminutas gotitas de pus en raspones hechos para tal fin. Mather escribió un breve tratado sobre la enfermedad y propuso el empleo de las inoculaciones como forma de prevención dada la solidez de los datos que recopiló. Y es que contrario a lo que se piensa comúnmente, las poblaciones europeas en América eran asoladas por la viruela con igual fuerza que las nativas. El aislamiento de muchas de las misiones y colonias durante décadas las hacia perfecta presa de las nuevas cepas que surgían entre la población indígena. Con todo y todo el prestigio del pobre Mather decayó a niveles que harían ver al Dr. Abel Cruz y sus licuados de mamey con apio para la próstata como un premio Nobel. Sin embargo un médico llamado Zabdiel Bylston antes que reír (o después, tal vez) con la masa, leyó y releyó los reportes hasta que decidió inocular a su propio hijo ante la inminencia de una nueva epidemia. Los grafitis aparecieron pero su hijo se salvó al igual que la mayoría de los 286 bostonianos que se hicieron vacunar, entre los cuales la mortandad fue de apenas 2% al contrario del 35 % entre el resto de la población. Desde entonces el camino ha sido largo, sólo en el siglo XX murieron cerca de 500 millones de personas por viruela, No deja de ser interesante que el tipo de población que intentó quemar las casas de Mather y Bylston fuera similar al que unas décadas antes llevara a la pira cerca de 200 personas de la región por practicar brujería. Sin embargo la oscuridad de las mentes es bastante persistente. El miedo a las vacunas ha resurgido en los últimos 15 años. La polio fue el primer aviso cuando por Internet, fruto de la razón y con frecuencia instrumento de la ignorancia, se extendió la idea de que la vacuna contra la polio causaba autismo y cáncer. No es de extrañar que la vacuna contra la AH1N1 fuera recibida con recelo en México, especialmente en poblaciones con un perfil de cultura científica parecido al de los quemadores de brujas de Salem, es decir los diputados y senadores. Y sólo para que Labastida no me vaya a reclamar que le dije mariquita por no ponerse la vacuna, mejor hablo del dipupunk Cristian Vargas. Si, el mismo que era porro, que rompió una ventana a sillazos (estilo AAA), aventó una bici en la sede parlamentaria, y que dice que para eso tiene fuero, ese. Ese no se puso la vacuna porque era una farza y ahora tiene neumonía. Dicen que no fue A H1N1, que es pura casualidad que un hombre joven, de 90 kilos, perfectamente sano esté en terapia intensiva, inconsiente y con respirador artificial por un resfriadito. Dado que es posible y probable le creeremos a la gente de prensa de la Asamblea Legislativa del DF, en un acto de buena voluntad intelectual. Todo indica que la ciencia médica, esa que desprecia y no entiende, le ayudará a recuperarse; esperemos que así sea, que se recupere, y se de cuenta que en lugar intercambiar botellas, papelitos con saliva y bicicletas voladoras en el parlamento, debe intercambiar ideas y razones. Y es que de momento, los diputados están tan lejos de la belleza e inteligencia de Bach como los bostonianos quema casas del siglo XVIII

Monday, February 08, 2010

...y México en una laguna

Gracias a la historia de la anatomía comparada y a mi afición por las cemitas poblanas es que fui testigo de la, nunca antes vista e inimaginable lluviesota de la semana pasada. Y es que un amigo daba una conferencia en la BUAP la semana anterior y decidí que era una buena oportunidad para ir a comer mole y escucharlo. Llegué 9 y media de la mañana a la TAPO (la estación de autobuses) para encontrarme con que todas las salidas y llegadas estaban con retraso a consecuencia de la pertinaz lluvia que toda la noche cobijara a la ciudad. Así que compro un boleto para las 10:30 porque según llegaría antes que el de las 10:00. Salimos a las 11:30, y en un autobús de otra compañía con pasajeros mezclados de todos lo horarios y en una ruta alternativa, dizque para eludir la inundada y tradicional ruta de costumbre. A las 2 de la tarde descendí finalmente, pero no en Puebla, sino en avenida Central a cuatro estaciones de metro del punto de partida original. El oriente de la ciudad yacía para entonces bajo el agua tras 48 horas de lluvia continua, algo que según Alberto Hernández Unzón, meteorólogo del Servicio Meteorológico Nacional, nunca había ocurrido desde que se lleva registro de las precipitaciones pluviales. Lo curioso es que sólo unos meses después de que se fundara la Universidad de México, en el verano de 1553 una lluvia de poco más de un día dejó sumergida la capital de la Nueva España por el desbordamiento del Lago de Texcoco, exactamente el mismo lugar por donde unos siglos más tarde mi ADO intentaba pasar hacía Puebla. Y ese no fue ni el primero ni, evidentemente, el último de los chaparrones chilangos. Mi madre contaba de una inundación a principios de los cincuenta en la que no pudo regresar a casa durante horas hasta que un tipo con una piragua taxi pasó por la calle de Tacuba gritando -¡viva México Tenochtitlan! Y cobrando un peso por pasajero. Aunque el más feito ha sido indudablemente el de 1629. Causó treinta mil víctimas entre la población indígena; produjo el desalojó de casi veinte mil familias españolas e inundó la ciudad por cinco años. De hecho el mismo rey de España decretó que la capital se trasladara a otro sitio para refundarla, pero para variar (y al fin que estaba re lejos) no lo pelamos, afotunadamente; y de esta manera cerca de 400 familias vivieron en los segundo pisos, hacían revens en las azoteas, cotorreaban en las chalupas que los trasportaban y los puentes entre edificios se hicieron populares sitios de ligue. Pero como todas las cosas buenas no son para siempre, las aguas bajaron, el arco iris salió y nadie supo dónde quedó el arca. Lo que sí es que cada año, una veces más, unas veces menos la ciudad es chinampa en un lago escondido. Con todo y que el drenaje siempre ha funcionado rebien; se trata sólo de la maldita naturaleza que no nos quiere. Y para muestra el mismo día del megachubasco escuché decir al director de aguas de ésta ciudad, Ramón Aguirre (hijo), que el sistema de desagüe funcionó adecuadamente pero que 48 horas de lluvia eran mucha lluvia y se saturó. Lo curioso es que hace como 20 0 25 años escuché decir al regente Ramón Aguirre (padre) tras terrible inundación, que el sistema de drenaje de la Ciudad de México se encontraba bien, que el problema de ver decenas de colonias bajo el agua era que había llovido demasiado. Las promesas entonces fueron las mismas y las decisiones, siempre, las peores como entubar cuanto río se tenga a la vista. Ya va siendo tiempo en que dejen de escucharse a si mismos, de que vean más allá de la siguiente elección, de que no decidan en función de un cuate que vende tubería. Al menos recuerdo que el Colegio de Ingenieros, Alberto Kalach de la UIA, Teodoro González de León y la UAM han desarrollado proyectos para aprovechar el lecho del Lago de Texcoco, y evitar que esta ciudad siga eternamente sedienta y perennemente ahogada. Siempre recordaré a un ingeniero holandés traído hace unos añitos para asesorar sobre la escasez de agua en el DF. Al arribar en medio de tormentón con tintes diluviánicos preguntó a quien lo recibía, -¿es frecuente que llueva así? Medio año- fue la respuesta. –Ustedes no tienen falta de agua, lo que tienen es falta de interés en aprovecharla.