Wednesday, April 02, 2014

Comer, rezar, amar (o de perdida coger)


Dicen los que saben que el pozole y el sexo se parecen porque mientras más puerco, mejores son. Estará usted de acuerdo, lector fan de este refinadisimo  blog, en que hay más similitudes.

El apetito y la necesidad de comer son  inevitables como respirar y como el impulso sexual. No son actos consecuencia del raciocinio. En el sexo, no hay un instinto reproductivo, hay un instinto sexual, ganas de coger pues. Derivado de ello hay bebés, pero los pandas, los chimpancés y las solitarias no tienen crisis emocionales por no tener descendencia. Los humanos sí, en algunas culturas donde es muy importante. Es decir en todas. Algunos tienen más deseo, otros menos, cambia con la edad, se asocia a objetos,  a música, a lo divino, a la comida…Es sobre todo cultura. En la comida es más o menos igual; la forma de hacerla, los ingredientes, el simbolismo, van mucho más lejos de los nutrientes que requiera usted, apetitosa lectora, suculento lector. La gastronomía, es otra cosa. Hacer pozole no solo no es natural, sino tampoco racional.

Todo esto viene a cuento porque en una reciente conversación un entusiasta del herbivorismo new age insistía en que el veganismo es una forma racional de comer (casi la única según su frenesí). Todo lo contrario. Es una forma irracional, cultural, subjetiva y moral de comer. Como toda la comida.

Intentar comer racionalmente es el argumento más irracional para comer. Intente usted comer racionalmente y  terminará rumeando una pasta de fibra soluble de algún camote brasileño, mezclada con proteína espirulina y polvo de vitaminas sintéticas.  Vamos que ni jaletina de limón como postre. Olvídese de una carne a la tampiqueña.

Y es que si algo hemos perseguido en la historia de la humanidad ha sido la carne y los dulces.  Si uno ve cuales son los deseos solicitados a genios, magos y hechiceros en todos los cuentos medievales, se trata de comida, especialmente de pasteles y carne. En una de las versiones de Cenicienta, con una varita mágica hace aparecer un banquete y vino; en Le diable et le maréchal ferrat, la protagonista le pide a san Pedro que se le aparece, un pan, un salchichón y todo el vino que pueda beber. La Goule trata de una chica cuyo único deseo es poder comer carne.

Un vegetariano que encontró el camino de la verdad. 
Carne en todas sus variedades no solo era un deseo sino una realidad de los banquetes de señores feudales, en buena medida porque la proteína ha sido de siempre la necesidad más apremiante de la alimentación humana. Sidney Mintz cuenta que alguna vez le reprochó con ironía a su padre, por demás virtuoso cocinero, su devoción al arenque. La respuesta en tono grave y profundo fue, “no te burles del arenque; si no hubiera habido arenque ya no habría judíos.” Proteína o morir ha sido la disyuntiva histórica de la humanidad. Porque comida racional y con una mínima huella de carbono tenían suficiente en la edad media; nabos con hoja de nabo en agua de río y algo de pan sin levadura, con suerte, cerveza para no morir de disentería. Los pasteles, con la crema batida, las frutas de distintos tipos y sobretodo esa exoticidad de Oriente Medio llamada azúcar, eran, lógicamente lo primero que usted, antojadizo lector ya hubiera pedido al primer genio que saliera de su botella de whisky. Pero el azúcar no solo era apreciada por su escasez, sino por su propiedades medicinales. En prácticamente todas las recetas médicas de la edad media hasta el siglo XVII el azúcar, especialmente la más refinada, la que hoy en día llamamos glass, está presente.  La asociación entre la blancura, la pureza y la curación (comer algo puro nos hace puros, aún si usted es un hincha rijoso de las chivas, el peñarol o el boca) parecía ser constante.

Porque hay comida sagrada, e impura. Si bien por aquello de que  la comida no le hace impuro, sino lo que se piensa y dice (Mt. 15:11-21,) el occidente cristiano ha sido ligeramente menos dado a las autolimitaciones alimentarías. Es un decir, claro; las restricciones y apetencias culinarias por cuestiones morales son constantes, desde el cerdo en los judíos, la cuaresma católica, hasta el azúcar entre los cuáqueros y metodistas anti esclavistas norteamericanos (consumir azúcar era propiciar la explotación de los africanos en la zafra). Silvestre Graham, un pastor decimonónico de Nueva Jersey pasó rápidamente de promover la templanza y la moderación (una constante en el protestantismo del s XVIII al inicio del XX) a bañarse con agua fría, el ejercicio por la mañana y la comida vegetariana para ganar el cielo en la tierra. Nike debería construirle un monumento. En especial a Graham el azúcar y el harina refinada ya no le parecían símbolos de pureza por su blancura, sino antinaturales y alejadas de los deseos de Dios. ¿Le suena conocido? Así que pensando en un retorno al Edén natural sin enfermedades, comenzó a hornear galletas y panes con harina sin cernir. La ruina en que se encuentra su tablet, naturista lector, lectora, no es culpa de su acceso frecuente a este fascinante blog, sino de las boronitas de las galletas de avena que se está comiendo cortesía de don Graham, quien nunca logró llevar demasiados adeptos a su templo ni a su casa hasta después de muerto, cuando cada fin de semana ebullía de asistentes. Claro que la casa se vendió y se convirtió en un bar, pero aún así, el lugar finalmente se llenó. Pese al poco entusiasmo popular,  alguien sí aprovechó las ideas de Graham; fue John Harvey Kellog. Médico y ferviente adventista del séptimo día, sacó de la quiebra el maltrecho sanatorio naturista de los adventistas en Míchigan usando las mismas técnicas de Graham.

 Sin embargo Kellog llegó a la conclusión de que gran parte de los problemas de la humanidad se debían al estreñimiento. Encontró una correlación a lo largo de la historia entre estreñimiento y problemas de salud, políticos, militares, etc.  Así que para que el mundo retornara al paraíso había que estimular la peristaltis. De esta forma el hombre que estaba en contra de la masturbación, que consideraba patológico tener coitos más de una vez al mes, que recomendaba la ablación y la circuncisión en casos de lujuria, se dio a la tarea de inventar y promover lavativas, edemas, supositorios, laxantes, lubricantes de cacahuate y otras maravillas que seguro alejaron del desenfreno a sus pacientes. Y por supuesto una dieta a base de cereales. En 1877 puso a consideración del respetable una mezcla de cereales pre cocidos a la que llamó, Granola. Tiempo más tarde llegaron las hojuelas de maíz a las que llamó... Hojuelas de maíz.  Y que se rumoraba podían controlar el entusiasmo onanista de los adolescentes. Solo había que desayunarlas a diario.

Así que evocar la racionalidad para sustentar una dieta vegetariana solo tiene lógica si usted es un orejudo alienígena aficionado a leer este famélico blog desde el Enterprise.

Solo piense en el queso relleno de Yucatán, que requiere importar el lácteo de Holanda; en Filipinas se consume un huevo cocido de pato a cuyo embrión se le ha permitido crecer  un poco. En Taiwán se elabora un tofu apestoso que se deja fermentar hasta el límite de la putrefacción antes de convertirse en un delicatessen que bajará los precios de la renta en su vecindario si se aficiona a él. En Nueva Orleans hay un platillo que consiste en un pollo entero deshuesado y relleno de verduras. Este, así enterito, se convierte en relleno de un pato deshuesado. Ambos, se meten en un ganso deshuesado que finalmente se hornea y que debe entregar unas rebanadas suculentas  que bien podrían servirse en una fiesta de boda de un menage a troi. Y hablando de bodas el mole poblano es cualquier cosa menos un alimento racional. Chiles ancho, guajillo, mulato, pasilla, canela, clavo, chocolate, almendra…

Y si luego se usa para hacer un sacahuil, el tamal gigante para funeral huasteco, un tamal casi sagrado. Tamales por cierto hay más de 700 variedades registradas solo en México. La fete de Babette es a cada momento de nuestras vidas, por fortuna.

No hay nada racional en pasar horas haciendo una salsa blanca de champiñones y trufas para bañar una pechuga de un ganso criado por años y horneada con especias, sin contar un vino de cuatro años.
Abstenerse de un alimento tampoco es racional, esa renuncia puede ser consecuencia de un compromiso aparente, pero más que nada un compromiso con un nuevo yo, más atractivo y puro que el anterior. Lo malo es que en algunos casos, también se piensa que más puro que los demás a los que se debe guiar. No llegue hasta ahí, por favor.

 Si usted genera empatía con sus vegetales, concéntrese en su rib eye. Qué bueno que ya es usted mejor persona entrándole al bife, pero deje a su vegetariano favorito que se coma sus verduras tranquilamente. Eso sí, cuide de no tener empatía con todo lo que come. Chesterton En lo que está mal en el mundo, narra cómo algunos londinenses vegetarianos entraron en crisis tras darse cuenta que sus ensaladas podrían ser seres sintientes. Así que optaron por comer solo sal. Y fueron felices por un tiempo, hasta que un geólogo mala leche les mostró que los cristales de sal crecían. Al igual que tener sexo usando una botarga de abejita, comer no es un acto racional, es cultural. Lo único racional en el pozole, son los jueves de 2 x 1 en Potzollcalli. 

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