Cataluña me ha tratado bien y ha sido importante en mi vida.
Tengo buenos amigos catalanes o de origen catalán. Tomé un curso de catalán en
la universidad y en una visita a Barcelona me hice de una playera con la estelada de la que siempre debo aclarar que no es del Capitán América. Desde los noventa
celebro el día del Libro y la rosa con mis alumnos. Y aún no abandono la idea
de vivir una temporada por allá. Así que tengo sentimientos encontrados porque
algunos de los argumentos del independentismo catalán me suenan demasiado
nacionales y demasiado socialistas, para decirlo por separado. Alguien me dijo,
-eres muy conservador. Pero no, que es al revés.
Está claro que el vínculo más fuerte entre dos seres humanos
es el madre hijo. La familia, la que sea, es la zona de interacción social primigenia,
la agrupación que precede a todas; la primera y última línea de defensa del
individuo. Es en quien se confía.
La relación entre varios núcleos familiares da la tribu, el germen de la
nación. La nación, la tribu y las familias se auto organizan, surgen, son. Preceden
a la lengua, la ley y los gobiernos, como puede revisar, individualista lector
en Autoridad e Individuo de Russell. Por eso, las naciones reales son pequeñas
en número aunque estén dispersas. Por eso no requieren un territorio porque la
unión es de sangre, como entre apaches, judíos y gitanos. Como en todos, pues. Por
lo mismo buscan la pureza de sangre, del linaje como lo comenta, Avishai Margalit
en La Sociedad Decente.
Y como siempre la biología deja mal parados a los
nacionalistas. Hace un par de décadas una catalana, mujer sin duda cultivada e
inteligente, me insistía en que
catalanes y españoles no se habían mezclado en “300 años”. Es difícil pensar
que careciendo de frontera no compartan genes con el resto de España cuando
Atlántico de por medio casi toda América los comparte. Aun más teniendo en
cuenta la perene y constante migración de otras partes de la península que se
ha dado durante siglos. Y las oleadas latinoamericanas (mestizas e indígenas),
la magrebí, subsahariana, china, gitana… La pureza de sangre. Venga.
Por esto el nacionalismo es por definición conservador, al
menos en su identidad. Por eso siempre construye un estado y un gobierno sobre sus
mitos y sus ritos, como la historia que se redefine y exagera de acuerdo a los
intereses políticos, pero siempre unificadores y excluyentes. Excalibur, el
águila y la serpiente, Sant Jordi i el drac, Jeremías Springfield.
Más allá de la
tribu y la nación está el desconocido, el extranjero el enemigo. Si bien ser
desconocido puede ser también una característica natural, el enemigo requiere
de la imaginación colectiva de la tribu. Por ello Lucian Boia dice que los
monstruos siempre son ajenos a la comarca de uno. El enemigo une a la nación.
Por eso en Cataluña para los políticos independentistas es tan importante ver
al resto de España como el enemigo. Y que el resto de España los vea como
enemigos. Gordon Allport se lo confirmará
suspicaz leyente, en La naturaleza del prejuicio.
Cuando uno mira la historia del mundo mediterráneo y latino
se da cuenta que el germen del nacionalismo catalán surgido en el siglo XIX es
que Cataluña fue borrada de la historia. Sin importar qué logros tuvieran, o
fueron aragoneses o son, como hasta hoy, españoles. Su ya discreta pero
importante presencia en Aragón se diluyó en la formación de España.
Al contrario de las naciones tribales, las monarquías y los
estados modernos, como las democracias y las repúblicas son susceptibles de
admitir la diversidad, la que sea, porque su existencia no está amenazada, ni
apela a ninguna pureza. El liberalismo ni la libertad individual pueden darse
en la tribu. Pero también diluyen las identidades.
Tal vez el primer prototipo de estado moderno de Europa
fuese España, al unificar un sistema económico y agrupar a distintas entidades,
con una legislación y criterios de salud y otros estándares similares como una
lengua franca. Hasta entonces la gente se daba a entender más o menos como
podía. En Tarragona se decía mercat, en La Mancha mercado; gracias, gràcies;
alimentación, alimentació. Desde Roma a Rumania la gente hacia lo que podía
para comunicarse con la villa de al lado. Igual que se hace ahora para entender
a un reguetonero puertorriqueño, a un futbolista porteño o un taxista chilango.
El mundo latino medieval era un Salvatore como el de El Nombre de la Rosa. Si
lo duda incrédulo lector, échele una mirada a Ad Infinitum: A Biography of
Latin de Nicholas Ostler. Tras la unión de Castilla y Aragón, la nueva lingua
franca, “el español”, marcó la diferencia con los que no la hablaban pero
también impulsó una nueva identidad ibérica y lubricó las relaciones. Esa
es la función y efecto de una
lingua franca. Así que aragoneses todos, incluidos los catalanes, para poder
comerciar y sortear la burocracia se hicieron a la mar cervantina. Porque lo
que hoy llamamos catalán se hablaba en muchos otros lugares de España, y se
habla hoy en regiones bastante lejanas del separatismo como Valencia que
reclama sin éxito publicitario el nombre de la lengua de Serrat. Cuando ante la
Unión Europea debieron entregarse documentaciones en todas las lenguas regionales
de los estados miembros se dice que la discusión entre si valenciano o catalán se zanjó con
dos copias del mismo documento pero con portadillas distintas; una decía catalán
y otra valenciano. Las bromas en
todas las lenguas belgas corrían por todo Bruselas.
Historia de la edición en España 1836-1936, nos deja leer con nostalgia la
ironía coyuntural de que Barcelona se convirtió con los años en el centro
editorial de la lengua española. A fines de los 80 en la ciudad condal se
tiraban más ejemplares en español que en toda America Latina junta. Algunos de
los grandes sellos de nuestro idioma llevan apellido catalán. Salvat, Espasa, Sopena.
De América también hay que decir que en buena medida define
a la España moderna. No tanto por el flujo de oro y plata como por ser crisol
del mestizaje entre todas las parte de la Corona. Unamuno dijo que hacía tiempo
que el español era una lengua americana. Y Mocedades cantó trasnochadamente que
América era la otra España (la que huele a caña, tabaco y brea). Pero tal vez
España es la otra América, la más oriental unida por la atlántica mar. Por eso
la insistencia de afirmar la desvinculación catalana con América. Aunque en
cada Sanborns el platillo estrella dominical sea la paella y el himno de México
sea de la autoría de un tal Nunó.
Lo que se ve en estos días en España no solo representa la
lucha política por la separación de un estado moderno o los intereses de
políticos que luchando por salvar las auditorías se han convertido en héroes de
la independencia, la sangre y la lengua, sino también las tensiones que sobre
occidente mantienen la tribalidad política, conservadora, y la modernidad
liberal. Cambiando personajes y esquivando exageraciones, Estado, etnia y
nación de Enrique Florescano contiene pasajes que parecen hablar de España.
Hace 500 años el surgimiento de España representó parte del
inicio del occidente moderno. Hoy tal vez augure el final.
Sin embargo, Cataluña, tiene sin duda la libertad de luchar por su independencia
frente a los estados y corporaciones que sí, han coptado y diluido las
identidades en aras de cosas que muy pronto extrañaremos como la libertad.
Decidan lo que decidan hoy en Iberia, que viva Cataluña, libre en España o libre fuera de ella.
Porque en realidad ni la lengua, ni la sangre ni el idioma son buenos
argumentos para la independencia catalana. El único, que parece dar miedo
esgrimir, es que los catalanes quieran independizarse.
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