Sunday, October 01, 2017

El dragón y el león



Cataluña me ha tratado bien y ha sido importante en mi vida. Tengo buenos amigos catalanes o de origen catalán. Tomé un curso de catalán en la universidad y en una visita a Barcelona me hice de una playera con la estelada de la que siempre debo aclarar que no es del Capitán América. Desde los noventa celebro el día del Libro y la rosa con mis alumnos. Y aún no abandono la idea de vivir una temporada por allá. Así que tengo sentimientos encontrados porque algunos de los argumentos del independentismo catalán me suenan demasiado nacionales y demasiado socialistas, para decirlo por separado. Alguien me dijo, -eres muy conservador. Pero no, que es al revés.
Está claro que el vínculo más fuerte entre dos seres humanos es el madre hijo. La familia, la que sea, es la zona de interacción social primigenia, la agrupación que precede a todas; la primera y última línea de defensa del individuo.  Es en quien se confía. La relación entre varios núcleos familiares da la tribu, el germen de la nación. La nación, la tribu y las familias se auto organizan, surgen, son. Preceden a la lengua, la ley y los gobiernos, como puede revisar, individualista lector en Autoridad e Individuo de Russell. Por eso, las naciones reales son pequeñas en número aunque estén dispersas. Por eso no requieren un territorio porque la unión es de sangre, como entre apaches, judíos y gitanos. Como en todos, pues. Por lo mismo buscan la pureza de sangre, del linaje como lo comenta, Avishai Margalit en La Sociedad Decente.

Y como siempre la biología deja mal parados a los nacionalistas. Hace un par de décadas una catalana, mujer sin duda cultivada e inteligente, me  insistía en que catalanes y españoles no se habían mezclado en “300 años”. Es difícil pensar que careciendo de frontera no compartan genes con el resto de España cuando Atlántico de por medio casi toda América los comparte. Aun más teniendo en cuenta la perene y constante migración de otras partes de la península que se ha dado durante siglos. Y las oleadas latinoamericanas (mestizas e indígenas), la magrebí, subsahariana, china, gitana… La pureza de sangre. Venga.

Por esto el nacionalismo es por definición conservador, al menos en su identidad. Por eso siempre construye un estado y un gobierno sobre sus mitos y sus ritos, como la historia que se redefine y exagera de acuerdo a los intereses políticos, pero siempre unificadores y excluyentes. Excalibur, el águila y la serpiente, Sant Jordi i el drac, Jeremías Springfield.

 Más allá de la tribu y la nación está el desconocido, el extranjero el enemigo. Si bien ser desconocido puede ser también una característica natural, el enemigo requiere de la imaginación colectiva de la tribu. Por ello Lucian Boia dice que los monstruos siempre son ajenos a la comarca de uno. El enemigo une a la nación. Por eso en Cataluña para los políticos independentistas es tan importante ver al resto de España como el enemigo. Y que el resto de España los vea como enemigos. Gordon Allport se lo confirmará  suspicaz leyente, en La naturaleza del prejuicio.

Cuando uno mira la historia del mundo mediterráneo y latino se da cuenta que el germen del nacionalismo catalán surgido en el siglo XIX es que Cataluña fue borrada de la historia. Sin importar qué logros tuvieran, o fueron aragoneses o son, como hasta hoy, españoles. Su ya discreta pero importante presencia en Aragón se diluyó en la formación de España.

Al contrario de las naciones tribales, las monarquías y los estados modernos, como las democracias y las repúblicas son susceptibles de admitir la diversidad, la que sea, porque su existencia no está amenazada, ni apela a ninguna pureza. El liberalismo ni la libertad individual pueden darse en la tribu. Pero también diluyen las identidades.

Tal vez el primer prototipo de estado moderno de Europa fuese España, al unificar un sistema económico y agrupar a distintas entidades, con una legislación y criterios de salud y otros estándares similares como una lengua franca. Hasta entonces la gente se daba a entender más o menos como podía. En Tarragona se decía mercat, en La Mancha mercado; gracias, gràcies; alimentación, alimentació. Desde Roma a Rumania la gente hacia lo que podía para comunicarse con la villa de al lado. Igual que se hace ahora para entender a un reguetonero puertorriqueño, a un futbolista porteño o un taxista chilango. El mundo latino medieval era un Salvatore como el de El Nombre de la Rosa. Si lo duda incrédulo lector, échele una mirada a Ad Infinitum: A Biography of Latin de Nicholas Ostler. Tras la unión de Castilla y Aragón, la nueva lingua franca, “el español”, marcó la diferencia con los que no la hablaban pero también impulsó una nueva identidad ibérica y lubricó las relaciones. Esa es  la función y efecto de una lingua franca. Así que aragoneses todos, incluidos los catalanes, para poder comerciar y sortear la burocracia se hicieron a la mar cervantina. Porque lo que hoy llamamos catalán se hablaba en muchos otros lugares de España, y se habla hoy en regiones bastante lejanas del separatismo como Valencia que reclama sin éxito publicitario el nombre de la lengua de Serrat. Cuando ante la Unión Europea debieron entregarse documentaciones en todas las lenguas regionales de los estados miembros se dice que la discusión entre si valenciano o catalán se zanjó con dos copias del mismo documento pero con portadillas distintas; una decía catalán y otra valenciano.  Las bromas en todas las lenguas belgas corrían por todo Bruselas.
 
Historia de la edición en España 1836-1936, nos deja leer con nostalgia la ironía coyuntural de que Barcelona se convirtió con los años en el centro editorial de la lengua española. A fines de los 80 en la ciudad condal se tiraban más ejemplares en español que en toda America Latina junta. Algunos de los grandes sellos de nuestro idioma llevan apellido catalán. Salvat, Espasa, Sopena.

De América también hay que decir que en buena medida define a la España moderna. No tanto por el flujo de oro y plata como por ser crisol del mestizaje entre todas las parte de la Corona. Unamuno dijo que hacía tiempo que el español era una lengua americana. Y Mocedades cantó trasnochadamente que América era la otra España (la que huele a caña, tabaco y brea). Pero tal vez España es la otra América, la más oriental unida por la atlántica mar. Por eso la insistencia de afirmar la desvinculación catalana con América. Aunque en cada Sanborns el platillo estrella dominical sea la paella y el himno de México sea de la autoría de un tal Nunó.

Lo que se ve en estos días en España no solo representa la lucha política por la separación de un estado moderno o los intereses de políticos que luchando por salvar las auditorías se han convertido en héroes de la independencia, la sangre y la lengua, sino también las tensiones que sobre occidente mantienen la tribalidad política, conservadora, y la modernidad liberal. Cambiando personajes y esquivando exageraciones, Estado, etnia y nación de Enrique Florescano contiene pasajes que parecen hablar de España.

Hace 500 años el surgimiento de España representó parte del inicio del occidente moderno. Hoy tal vez augure el final.

Sin embargo, Cataluña, tiene sin duda la libertad de luchar por su independencia frente a los estados y corporaciones que sí, han coptado y diluido las identidades en aras de cosas que muy pronto extrañaremos como la libertad. Decidan lo que decidan hoy en Iberia, que viva Cataluña,  libre en España o libre fuera de ella. Porque en realidad ni la lengua, ni la sangre ni el idioma son buenos argumentos para la independencia catalana. El único, que parece dar miedo esgrimir, es que los catalanes quieran independizarse.



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