Sunday, November 12, 2017

¿No me da mi calaverita?


¿Cómo puede una niña hacer un pago de boletos a Disney World? Eso me preguntaba mientras se imprimía la reserva. La casa seguía a oscuras para tratar de evadir las insistencias de dulces y dinero, la calaverita de Día de Muertos que en México se hecho mezcla con el Halloween que también es un revoltijo de calabazas, cervezas y brujitas. La puerta abierta y la silueta de Irene a contraluz. Pequeña malcriada. Hasta le brillan los ojos. Pero ni modo que le diga que no.  Total, mejor perder el tiempo que estar en los separos de la policía, que ni la tarjeta es mía. Allá ella y su padrastro que de momento estará  un buen rato a la sombra.

La cosa esa seguía yendo y viniendo de un lado a otro de la viejísima impresora y la desesperación en la mirada de Irene me ponían más de nervios que los polis gringos esos de hace rato. Como si sus diez tiránicos años no fueran suficientes para tensarme, una oleada de vocecillas y pasos a destiempo de acercaban por las escaleras. De nuevo el vecino del 10 dejando la puerta abierta del edificio mientras fuma y charla de futbol por celular . -¡No le cierre, no le cierre, ahorita voy entrar! Los viernes son los peores. Tras el juego de la tarde el ahorita se alarga un par de horas más que los miércoles o lo jueves que llega con lechugas, chiles y quelites que luego de un rato de análisis deportivo transpiran y se desaniman de llegar algún día al refrigerador. El timbre del 22 sigue sonado.  Los niños más ansiosos se vuelven pacientes monjes cuando piden calaverita. No saben que la doñita que lo habita trabaja en un asilo de ancianos por las noches.

Y yo mirando la cosa esa que va y viene y la silueta impaciente de Irenita. En realidad todo es culpa de Mariano. Siempre hace lo mismo. Cuando asaltamos la tienda de chinos en Mesones se detiene en los tacos de la esquina y se pone a preguntar algo. Claro que lo agarran y ni tacos ni la lana del trabajo. Neta, así no se puede.

A mi no me entambaron esa vez  porque al dar la vuelta me quedé en la paella de don Juan. Lupita me vio a los ojos y adivinó y me pasó a una mesa y les dijo a los que seguían formados que yo era discapacitado y nadie repeló. Nunca he sabido el porqué la gente hace cola para pesa paella. Será porque dicen que Juan es español auténtico, el mismo Juan dice que llegó con la guerra de España, como si tuviera cien años.

Pero todos sabemos que siempre ha vivido en la calle de López, en la vecindad, junto la pollería; y que su familia es de Michoacán, de Zamora, dicen. Lupita solo mueve los ojos cuando lo oye que hasta sesea y dice ostia si lo presionas con la cuenta. Siempre he pensado que esos dos tuvieron algo que ver cuando chavos porque la manera en que lo medio lo ignora, medio se ríe y medio lo apapacha, solo se da en la gente casada de mucho tiempo.

Pero con Mariano, siempre es igual. Dicen que el pez por la boca muere. La vez que asaltamos el Globo se lleva un par de cuernitos, una concha y una dona que le dejó la cara azucarada en la foto de la policía. La verdad comer en el trabajo me parece poco profesional. Aunque no nos pescaron por eso; tres horas después llega un cateo a su casa porque el imbecil dejó abierto su facebook en el Globo. Usar las computadoras de los lugares donde trabajas tampoco es profesional. Y luego lo agarran merendándose el pan que se llevó. Ni cómo ayudarle. Por eso hoy no le dije del Hotel San Francisco. Toda la mañana estuvieron llegando turistas. Se notaba que era una convención o algo así; mucha gente de muchos colores. Lo mismo de siempre. Pasas cuando descargan maletas, tomas una no muy grande, cambias de acera y nadie te nota en el gentío.

¿Cómo diablos iba a saber que era un evento de policías? Algo del Día de Muertos se entiende. ¿Pero quién organiza un congreso de policías en estas fechas? Así que las piernas no me daban más mientras con todo y maleta corría por Independencia y tuve que dar vuelta en López hasta el callejón. Aún traía tres polis tras de mí pero de suerte estaba el vecino platique y platique del partido de la tarde, y claro, la puerta abierta de par en par como siempre, pa que se meta cualquiera. ¡No le cierre, no le cierre! ¿Cómo le iba a cerrar si sus bolsas la detenían? Y yo con tres polis atrás, y subo y choco con Emiliano, el padrastro de Irene,  que termina en el suelo con la rodilla de un chino en su nuca y un polí güero y gigantesco esposándolo. Yo no tengo la culpa de que los dos le vayamos al Madrid. Aunque su playera dice Chicharito.

Y la cosa esa que por fin dejó de ir y venir. Irene se ríe y se sale sin decir ni gracias. -¡Oigan! ¡Aquí en el 33 les dan su calaverita!

Y se ríe más fuerte todavía la muy mensa. Ojalá esté cerrado Disney World cuando vayas.

Un coro de cuatro escuincles chilla frente a mí. -¿No me da mi calaverita? Uno traía una sábana encima y una calabaza de plástico. Tres más parecían osos panda tras una borrachera de varios días con un maquillaje deslavado y cajas de zapatos que hacían las veces de calabazas. ¿Calabazas cuadradas?

Y yo sin dinero ni dulces. ¡Claro! ¡La maleta del Hotel, la maleta! A ver qué trae…


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