¿Cómo puede una niña hacer un pago de boletos a Disney
World? Eso me preguntaba mientras se imprimía la reserva. La casa seguía a
oscuras para tratar de evadir las insistencias de dulces y dinero, la calaverita
de Día de Muertos que en México se hecho mezcla con el Halloween que también es
un revoltijo de calabazas, cervezas y brujitas. La puerta abierta y la silueta
de Irene a contraluz. Pequeña malcriada. Hasta le brillan los ojos. Pero ni
modo que le diga que no. Total,
mejor perder el tiempo que estar en los separos de la policía, que ni la
tarjeta es mía. Allá ella y su padrastro que de momento estará un buen rato a la sombra.
La cosa esa seguía yendo y viniendo de un lado a otro de la
viejísima impresora y la desesperación en la mirada de Irene me ponían más de
nervios que los polis gringos esos de hace rato. Como si sus diez tiránicos
años no fueran suficientes para tensarme, una oleada de vocecillas y pasos a
destiempo de acercaban por las escaleras. De nuevo el vecino del 10 dejando la
puerta abierta del edificio mientras fuma y charla de futbol por celular . -¡No
le cierre, no le cierre, ahorita voy entrar! Los viernes son los peores. Tras
el juego de la tarde el ahorita se alarga
un par de horas más que los miércoles o lo jueves que llega con lechugas,
chiles y quelites que luego de un rato de análisis deportivo transpiran y se
desaniman de llegar algún día al refrigerador. El timbre del 22 sigue
sonado. Los niños más ansiosos se
vuelven pacientes monjes cuando piden calaverita. No saben que la doñita que lo
habita trabaja en un asilo de ancianos por las noches.
Y yo mirando la cosa esa que va y viene y la silueta
impaciente de Irenita. En realidad todo es culpa de Mariano. Siempre hace lo
mismo. Cuando asaltamos la tienda de chinos en Mesones se detiene en los tacos
de la esquina y se pone a preguntar algo. Claro que lo agarran y ni tacos ni la
lana del trabajo. Neta, así no se puede.
A mi no me entambaron esa vez porque al dar la vuelta me quedé en la paella de don Juan.
Lupita me vio a los ojos y adivinó y me pasó a una mesa y les dijo a los que
seguían formados que yo era discapacitado y nadie repeló. Nunca he sabido el porqué
la gente hace cola para pesa paella. Será porque dicen que Juan es español
auténtico, el mismo Juan dice que llegó con la guerra de España, como si
tuviera cien años.
Pero todos sabemos que siempre ha vivido en la calle de
López, en la vecindad, junto la pollería; y que su familia es de Michoacán, de Zamora,
dicen. Lupita solo mueve los ojos cuando lo oye que hasta sesea y dice ostia si lo
presionas con la cuenta. Siempre he pensado que esos dos tuvieron algo que ver
cuando chavos porque la manera en que lo medio lo ignora, medio se ríe y medio
lo apapacha, solo se da en la gente casada de mucho tiempo.
Pero con Mariano, siempre es igual. Dicen que el pez por la
boca muere. La vez que asaltamos el Globo se lleva un par de cuernitos, una
concha y una dona que le dejó la cara azucarada en la foto de la policía. La
verdad comer en el trabajo me parece poco profesional. Aunque no nos pescaron
por eso; tres horas después llega un cateo a su casa porque el imbecil dejó abierto
su facebook en el Globo. Usar las computadoras de los lugares donde trabajas tampoco
es profesional. Y luego lo agarran merendándose el pan que se llevó. Ni cómo
ayudarle. Por eso hoy no le dije del Hotel San Francisco. Toda la mañana
estuvieron llegando turistas. Se notaba que era una convención o algo así;
mucha gente de muchos colores. Lo mismo de siempre. Pasas cuando descargan
maletas, tomas una no muy grande, cambias de acera y nadie te nota en el gentío.
¿Cómo diablos iba a saber que era un evento de policías?
Algo del Día de Muertos se entiende. ¿Pero quién organiza un congreso de policías
en estas fechas? Así que las piernas no me daban más mientras con todo y maleta
corría por Independencia y tuve que dar vuelta en López hasta el callejón. Aún
traía tres polis tras de mí pero de suerte estaba el vecino platique y platique
del partido de la tarde, y claro, la puerta abierta de par en par como siempre,
pa que se meta cualquiera. ¡No le cierre, no le cierre! ¿Cómo le iba a cerrar
si sus bolsas la detenían? Y yo con tres polis atrás, y subo y choco con
Emiliano, el padrastro de Irene,
que termina en el suelo con la rodilla de un chino en su nuca y un polí
güero y gigantesco esposándolo. Yo no tengo la culpa de que los dos le vayamos
al Madrid. Aunque su playera dice Chicharito.
Y la cosa esa que por fin dejó de ir y venir. Irene se ríe y
se sale sin decir ni gracias. -¡Oigan! ¡Aquí en el 33 les dan su calaverita!
Y se ríe más fuerte todavía la muy mensa. Ojalá esté cerrado
Disney World cuando vayas.
Un coro de cuatro escuincles chilla
frente a mí. -¿No me da mi calaverita? Uno traía una sábana encima y una calabaza
de plástico. Tres más parecían osos panda tras una borrachera de varios días
con un maquillaje deslavado y cajas de zapatos que hacían las veces de
calabazas. ¿Calabazas cuadradas?
Y yo sin dinero ni dulces. ¡Claro! ¡La maleta del Hotel, la
maleta! A ver qué trae…
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