Tuesday, August 22, 2006

La República en la cama

Hace unos días mientras esperaba un café, abrí un Reforma que alguien olvidara. Para mi sorpresa, lo primero que veo en la página principal son dos oraciones que meses antes junto con mi muy apreciada Ana Barahona, escribiéramos para el libro de primer año de secundaria editado por Castillo- McMillan. Se trataba de una enloquecida crítica a los temas de sexualidad, precisamente los apartados en los que colaboré. Así que dadas las circunstancias, esta entrega es un paréntesis en la serie CSI y el pejelagarto

Quiero pensar que no solo es por la tradición protestante de la que provengo, sino por la búsqueda de referencias históricas al respecto, pero mi opinión de la iglesia católica no es del todo benévola, pese a que reconozco sus grandes aportes a la cultura de occidente. Sin embargo no puedo asegurar que no sea un sesgo propio de los aprendizajes infantiles en a escuelita bíblica de vacaciones a la que me mandaban durante aquellos veranos setenteros. En todo caso me parece que la estructura vertical de la organización católica es por su propia topología proclive al autoritarismo. Desde que en Trento decidieron que la opiniones de su líder eran infalibles, hasta para los asuntos de la ciencia, las cosas no pintarían del todo bien entre quienes aspiraban a buscar cada vez mejores explicaciones del universo, y la inteligencia de la curia que intentaba encontrar la comprobación definitiva e inamovible de los dogmas en la mima naturaleza. Así que Copérnico, Galileo o Bruno entre otros, pasarían, más que las de Caín las de Abel, también a manos de sus hermanos de fe. Si bien cuando Locke y Kant pugnaron por la separación de la ciencia y la religión la mayoría de las iglesias reformadas apoyaron esta postura, e incluso impulsaron el desarrollo de algunas disciplinas, la verdad es que del lado protestante tampoco cantaban mal las rancheras. Con todo y su emancipación liderada por gente de ciencia y la imperiosa necesidad protestante de leer, en los Estados Unidos se gestó igual una tradición de fanatismo irracional. Aunque no llegaba a los excesos del papado que en 1825 consideraba que los problemas del mundo derivaban de “la confianza en la razón, el espíritu de curiosidad y un exceso de ciencia,” el recelo religioso en la América anglosajona echaba raíces, algunas de las cuales envolverían a la biología. En particular la evolución se presentó como afrenta a la interpretación de la fe que visualizaba de manera literal la creación en siete días del universo, con todo y su cereza en el pastel llamada Homo sapiens. Un poco más hacia el sur, la artillería vaticana, o más bien su franquiciatario meshica, centró sus objetivos en la actividad sexual. Y aunque yo diría que más personal que la relación de los seres humanos con Dios, solo pudiera ser el ejercicio de la sexualidad, la lucha por controlar nuestra intimidad ha sido la constate desde la época del virreinato. Por lo anterior no es para nada extraño ver los terribles y desproporcionados ataques de de algunos católicos contra los nuevos libros de texto para primero de secundaria. Aún cuando algunas lecturas de este dizque conflicto pudieran ser la existencia de fuego amigo hacia Reyes Tamez o la simplicidad de que se trata solo de otra muestra más de la ingobernabilidad imperante (sólo que del otro extremo de las ideologías), lo relevante es el intento de ingerencia de los grupos eclesiásticos en un ámbito que no les pertenece desde que esto que habitamos es una República. Así, con mayúscula. Ya será para otro texto el desmenuzar el origen del temor al cuerpo entre la versión nacional de la iglesia de Roma, pero es inevitable pensar que ante todo están en su derecho de decir, pensar y educar a sus hijos como deseen. Si el burka se impone como moda entre los afines de provida, es asunto suyo y respetable. Pero en el momento en que los embarazos en adolescentes, los abortos, el abandono escolar y el abuso de menores se vuelven generalizados como ocurre en este instante en todo el país, entonces es momento en que el Estado debe intervenir. No es solo que la constitución lo obligue a dar una educación ajena a toda fe, por el bien precisamente de toda fe, sino que se trata de un problema de salud pública y de seguridad nacional. Para mí los dichos desaprobatorios de un jerarca católico que confiesa no haber leído el texto en el que participé, me generan más gracia que indignación. Lo que me preocupa es que un grupo minoritario dentro del catolicismo, probablemente también minoritario, trate de imponernos a toda costa su visión de lo más íntimo de la vida. Tan lejos y tan cerca de los gritos desde el Zócalo capitalino que declaran enemigos del pueblo a los que piensan distinto. Se trata pues de un signo más de la intolerancia, en este caso la que campea una parte del catolicismo y que intenta destruir el derecho que inalienablemente su propio Dios concedió al Hombre, el libre albredrio.

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