Thursday, December 03, 2009

Cornibus Unicornium

El siguiente texto fue leido durante la presentación del libro Forma versus función, de Carlos Ochoa Olmos y Ana Barahona el día 2 de diciembre de 2009 en la FES Iztacala.


Fray Junípero Serra, un catalán de Mallorca metido a misionero en tierras chichimecas en la segunda mitad del siglo XVIII, sentía la convicción de querer enseñar a los feroces guerreros pames, yaquis y apaches, la labranza del campo y a sus mujeres a hornear turrones en las tardes californianas y sonorenses como una manera de llevar la paz del cristianismo a tan convulsa región. Sin embargo los resultados vistos hoy en día distan mucho de las buenas intenciones misioneras. Las masacres de ida vuelta en el rosario de las misiones que instituyó desde Querétaro hasta California dan cuenta de ello, sin mencionar los casos más deleznables y degradantes vistos en la región en los últimos quinientos años, como pueden ser la fundación de disneylandia en la periferia de los ángeles y la indignante ausencia de justicia en el incendio de la guardería ABC de Hermosillo.


En todo caso su entusiasta optimismo tal vez se fundamentaba en la fervorosa plegaria del salmo 22, que a la sazón en los versículos 20 a 21 dice:


20 Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. Libra mi cuello de la espada y mi vida de las garras del perro. 21 Sálvame de la boca del león, salva a este pobre de los toros salvajes.

Lo interesante es que en la versión Vulgata, la escrita en latín en 1200 y probablemente en la que Serra estudiara, dice:

20 Tu autem, Domine, ne elongaveris; fortitudo mea, ad adiuvandum me festina. Erue a frámea animam meam et de manu canis unicam meam. 21 Salva me ex ore leonis et a cornibus unicornium humilitaten meam.


Es decir que el toro salvaje evocado por el mismísimo Salomón en el original, llevaba más o menos ochocientos años convertido en unicornio.

Las grandes confusiones con frecuencia se deben a pequeñas erratas enmendables tan sólo con el roce de una goma de borrar. El problema es que la goma de borrar a base de resina fue una de las ocurrencias que tuviera Joseph Priestley en 1770, el año en que fray Junípero fundaba Monterrey en California, dos años antes de que naciera Geofrey Saint Hilarie y justo por las fechas en que la gente enloquecía en los alrededores de Stuttgart al correr el rumor de haber aflorado un cementerio de unicornios. Demasiado tarde pues, para la goma de borrar. Y es que el 4 de abril de ese mismo año, 1770 en Stuttgart, un soldado bajo el mando del duque Eberhard Ludwin dio por casualidad con un yacimiento de lo que hoy sabemos restos de mamuts, y que científicos locales de la época identificaran como partes de elefantes, posiblemente sacrificados por los romanos cuando intentaron conquistar Germania bajo el liderazgo de Russell Crowe. De poco sirvieron tan sesudas determinaciones de los sabios nativos ya que la mayoría de las osamentas terminaron hechas polvo en las boticas como remedios contra todo mal, y hasta el propio duque Eberhard mandó como regalo a la ciudad de Zurich un auténtico unicornio fósil.



Pero los elefantes y mamuts no han sido los únicos donadores de órganos a los unicornios. Multitud de cérvidos, caprinos, narvales y por supuesto rinocerontes, fueron proveedores asiduos de droguerías y apotecas desde la India y medio oriente hasta el Báltico y los países escandinavos. Es curioso que el cuerno del rinoceronte formado por pelo y por lo tanto de origen dérmico fuera considerado como la misma estructura anatómica que el cuerno del narval (en realidad un diente hipertrofiado) o que las excrecencias óseas de algunos mamíferos prehistóricos como el Brontotherio. Sin embargo para Cuvier no resultaría tan extraño un pensamiento de este tipo pues consideraba que la forma de las estructuras animales eran explicables a partir de la función que desempeñaban. Inversamente, para Geoffroy la forma no surgía como consecuencia de alguna función; por el contrario, ésta se daba como una especie de aprovechamiento de las estructuras orgánicas. Pero las diferencias iban más allá. Aunque Geoffroy no pensaba en ancestría común al hablar de unidad de composición, indudablemente planteaba la posibilidad de la trasformación de las especies, algo que poco entusiasmaba a Cuvier. En un viaje a Normandía Geoffroy se emocionó con los descubrimientos que un médico y naturalista local llamado Eudes-Deslongchamps hiciera en una cantera de la región. Se trataba restos de reptiles que ya para 1825 Geoffroy había identificado como variedades de cocodrilos extintos que podrían ser ancestros de cocodrilos actuales.

No es contrario a la razón (…) el hecho de que los cocodrilos de la época actual puedan ser los descendientes por línea directa ininterrumpida, de las especies antediluvianas que encontramos hoy en día en estado fósil

Geoffroy no se conformó con proponer nuevos géneros y elucubrar con reconstrucciones harto creativas de telosaurios que describía como seres con trompa de labios carnosos, de patas provistas de un gran dedo mediano rodeado de falanges rudimentarias y una dieta a base de algas; de hecho fue mucho más allá al proponer la existencia de eslabones entre reptiles y mamíferos. Lo anterior resultaba apenas un desliz en medio del libertinaje anatómico que para Cuvier representaban las ideas de Geoffroy.


A fines de 1829 un par de pupilos de Geoffroy escribieron una memoria a la Academia de Ciencias donde describían las similitudes que encontraban entre moluscos y vertebrados. Sólo era cuestión de voltear de adentro hacia afuera como calcetín al pobre molusco para que se pareciera ligeramente a un vertebrado. Geoffroy se emocionó pues eso representaba un apoyo a su idea de la unidad de tipo que consideraba la posible existencia de un solo patrón estructural entre los animales, desde los pólipos hasta los seres humanos. Nada más había que acomodar adecuadamente a los especímenes para encontrar analogías universales entre estructuras. De hecho ya lo había realizado, entre distintos taxa vertebrados, así como entre vertebrados y artrópodos. Para Cuvier esto representaba un sin sentido. Él visualizaba cuatro patrones estructurales distintos, incomparables e inconexos entre sí. Vertebrados, articulados, radiados y moluscos no podían mantener una unidad de tipo y mucho menos una relación de parentesco. Le era claro que pangolines, copépodos, medusas y los escargots que seguramente se desayunaba mientras leía las propuestas de Geoffroy no podían ser formas distintas de las mismas estructuras. El inevitable enfrentamiento sobrevino en 1830 por más de dos meses que hubieran hecho ver a Manny Pacquiao y Édgar Sosa como practicantes de yoga de la Condesa o los viveros de Coyoacán. Al término, Cuvier se alzó con una victoria por decisión dividida por puntos, basados éstos en su meticulosidad y un estilo elegante sustentado en cantidades ingentes de datos. Sin embargo todo esto no demerita la labor de Geoffroy quien aportara una visión novedosa, atrevida, con resonancia en disciplinas e investigaciones actuales, y que aún en vida le permitiera algunas revanchas, ya no con Cuvier que falleciera en 1837 pero sí con otros retadores como el anatomista Blainville.

Por esto es que Geoffroy y Cuvier encarnan la polémica que se ha dado entre funcionalistas y formalistas en la biología. En este sentido el libro Forma versus función da cuenta del largo camino que en este debate han seguido funcionalistas y formalistas a lo largo de la historia. El recuento que plantea la obra no sólo pone al descubierto los argumentos que se han esgrimido en distintos momentos, las evidencias que los sustentan y las implicaciones en el pensamiento biológico. Por el contrario indaga los fundamentos históricos más antiguos, analiza tras bambalinas filosóficas los nexos del debate con Kant y Aristóteles y se muestra inconforme con el clasicismo anecdótico que rodea a Geoffroy y Cuvier o su extensión en Darwin y Owen. Se trata pues de un trabajo que permite el análisis histórico de las ciencias naturales desde una perspectiva fresca, que da luz no únicamente a la historiografía avocada a la paleontología o la anatomía comparada, sino que sienta las bases del escrutinio de los debates contemporáneos sobre evodebo, ingeniería genética, sistemática, genómica comparada, medicina genómica y hasta el uso de células madre o la legislación sobre el aborto, haciéndonos ver de manera distinta a autores como Richard Dawkins, Edward Wilson, Stephen Rose o Wiliam Wimsatt.

Es así como la obra Forma versus función de Carlos Ochoa Olmos y Ana Barahona, representa acaso la goma de borrar que permitirá corregir, reescribir y entender con cabalidad buena parte de la historia de la biología, dejando a los unicornios en la imaginación, para enfrentar al toro por los cuernos, sin importar si éstos son homólogos o análogos.

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